Anochecer en casa de Shura
El asistente del fiscal apenas había cenado. Phansy le había acompañado en su inapetencia por ingerir cualquier alimento, y ahora ambos se hallaban en el sofá. En silencio. Digiriendo lo que verdad les había vaciado el estómago. El enfrentamiento directo con Hypnos había conseguido desmoronar todos los pilares con los que la joven psicóloga sostenía su dignidad desde que fue capaz de erigirse en su exclusiva dueña. Ahora, las ruinas de todos sus esfuerzos yacían esparcidas a los pies del único puntal que le quedaba. Con el que jamás se había permitido siquiera soñar. Con el que esa noche no se creía merecer.
Shura.
Un firme soporte surgido en su quebrantada vida. Un hombre al que se había rendido a amar pese a sus promesas de no querer saber jamás qué sabor tenían los besos recibidos con amor.
Un sustento imprescindible para esa inocente y maltratada alma, el cuál también se trastabillaba peligrosamente cada vez, cada segundo que sus ojos se cerraban y percibían tras la negrura de sus párpados la detestable imagen de quién había engendrado la dulzura que mantenía la cabeza recostada sobre su regazo.
La televisión relataba sandeces que en ese momento poco les importaban, pero era una compañía inocua y necesaria al fin y al cabo. Aunque las brillantes y vívidas imágenes que ofrecía no fueran apreciadas por ninguno de los dos. Phansy parecía dormida. Una de sus manos se mantenía como improvisado cojín entre su llorada mejilla y el muslo de Shura. La otra se abrazaba el cuerpo con las mismas ansias de auto-protección que tantas veces se había ofrecido a sí misma en la más absoluta clandestinidad de sus pecados cometidos sin derecho a negación. Las piernas se presentaban recogidas sobre los almohadones del sofá, y el esbelto cuerpo estaba protegido por una liviana manta que apenas era capaz de otorgar calor. Sólo la calidez que le llegaba a través de la mano que Shura mantenía apoyada sobre su cadera le recordaba que, pasara lo que pasara, ya no estaba sola.
La rasgada mirada del español fingía interesarse por el programa de varietés musicales que era retransmitido en ese momento. Pero su mente no conseguía desconectarse de lo que le estaba carcomiendo por dentro. A lo largo del día vivido, Shura había perdido las sobrias formas que le caracterizaban en más de una ocasión. Primero ocurrió frente a Shaka y su colega cuando acudió a ellos con las pruebas obtenidas por Phansy. Luego frente a su gran amigo y admirado superior Saga, cuando no pudo contenerse la furia que esa desesperada situación le despertaba.
Él no era así.
No era un hombre que se dejara llevar por las emociones, o al menos no lo había sido desde ese fatídico 30 de Marzo, día en que sus carnes cataron la caricia de la pública humillación. Día en que se envenenó con el amargo sabor de la mentira y falsas promesas de amor que Rosa le había dejado sobre sus labios la noche anterior. Día en que lloró todas las lágrimas que creía poseer cuando se prometió no amar a ninguna mujer nunca más.
Las lágrimas que humedecían la mirada de Shura esa noche no eran reminiscencias de las derramadas Marzos atrás. Eran nuevas. También dolorosas.
Y profundamente empáticas.
Su visión se deslizó lentamente hasta posarse sobre el pálido rostro de Phansy. Los dedos encargados de evitar que esas nuevas lágrimas surcaran su apuesto rostro dudaron antes de rendirse a su necesidad más vital, cediendo finalmente a ella, traduciéndose en la suave caricia con la que apartó un dorado mechón de la frente de Phansy. No quería pensar más en el juicio, ni en las terribles escenas cruzadas por ambos durante el transcurso de ese larguísimo día.
No. No más pensar en nada que no fuera ella. La culpable de que el español volviera a sentir su vida palpitar con más sentido del que desde ese fin de Marzo se propuso volverle a dar.