Camus no supo cómo reaccionar ante dicho nombre.
Le conocía...claro que le conocía. Como medio mundo. Incluso podía admitir que la belleza de algunas de sus obras le había llegado a hipnotizar de verdad. Con desubicado inoportunismo incluso recordó la tarde que junto con su esposa Hilda acudieron a una importante exposición que daba inicio en la ciudad, y se asentaba en ella durante un par de meses antes de comenzar a viajar por distintas galerías del globo terráqueo.
Phansy había rendido su mirada otra vez, y ahora seguía sujetando los sollozos que golpeaban contra su pecho.
Camus creía oportuno decir algo...ofrecer una respuesta, un amparo, una solución...pero sólo podía seguir evocandoando escenas e imágenes, palabras y momentos: esa exposición dónde estrechó su mano, el primer impacto que él mismo sintió al ser conocedor de la muerte de su hija adoptiva, el segundo que volvió a azotarle cuando el caso cayó definitivamente en sus manos, la posterior aparición en pleno juicio del farsante Tanner/Thane/Thanatos, la recolección de pruebas que directamente le inculpaban, la entredicha presencia de un presunto "don" silenciado y sumido en tinieblas años atrás, un "don" que el mismo inspector había experimentado en su propia piel, la fraternal realidad que yacía latente bajo la macabra y nada casual dualidad Thanatos/Hypnos...
La joven psicóloga seguía llorando en silencio, abrazándose a sí misma, seguramente como un acto reflejo adquirido en la humillada soledad de su devastada infancia, y Camus seguía pensando, recopilando imágenes, palabras, hechos y probabilidades, juntándolo todo en la coctelera que se había convertido su mente...una coctelera que no cesaba de recibir nuevos y excesivos ingredientes, y dónde las facciones de Phansy comenzaron a presentarse más definidas a partir de una diferente e inquietante perspectiva, adquiriendo poco a poco un nuevo matiz. Su rostro era el mismo que el inspector había conocido el primer día que la joven ingresó en el equipo psicológico de la Comisaría, pero hacía tan sólo unos segundos que el enfoque de luz había variado, mutado de posición lo mínimamente necesario para desvelar que esa dorada mirada se asemejaba con maestría a otra mirada adorada y pública, que el color de su abundante cabellera rubia se presentaba heredado, y que la hipnótica sonrisa que día tras día Phansy lucía en su oficina emulaba perfectamente la sonrisa que a él le estrechó la mano una vez.
Esa vez en la que Camus, junto con su esposa Hilda, en medio de una multitudinaria exposición le ofrecieron respeto y admiración.
Respeto y admiración...
Algo deformó las sombras que la escasa luz del almacén creaba con su tímida presencia. Shura accedió con cautela y sin mediar palabra, fijándose de inmediato en la empequeñecida figura de Phansy, aún arropándose a sí misma. Permaneciendo en silencio avanzó hacia ella y se posicionó a sus espaldas, apoyando sus manos sobre los tensos y encogidos hombros a la vez que se agachaba lo suficiente para depositar un beso sobre sus cabellos, sin dejar de masajear con ternura la tensión que había cernido sobre ella. Phansy deshizo la mitad de su propio abrazo, tan sólo para permitir que una de sus temblorosas manos se afianzara con necesidad a la zurda de Shura. El abogado no se movió, permaneció ofreciendo su compañía y protección al tiempo que estudiaba las descompuestas facciones de Camus, quién le observó con preocupante seriedad mientras tragaba saliva por enésima vez.
- Necesito pruebas de ésto, Phansy...
La psicóloga se encogió de hombros bajo la necesaria cercanía de Shura, se aclaró la voz con un débil carraspeo y asumió lo más asfixiante del momento.- No tengo nada que ofrecer...sólo mi palabra...
- Lo que sea, Phansy...una revisión médica que corrobore los abusos, algo...
- No tengo nada, inspector...- Insistió la psicóloga, degustando el sabor de una derrota aceptada muchos años atrás.- Jamás conté nada...ni a mi madre...ni siquiera a ella...