Mi prima favorita.

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(Dolores)
Camilo no sabía qué decir, así que prefirió no decir nada. Sólo entramos y miramos las fotos de nuestra prima con una profunda tristeza. Las lágrimas inundaban los ojos de mi hermano, y a pesar de siempre haber sido el más orgulloso de la familia además de Isabela, no se molestó en aguantarlas. Mirando una foto de Mirabel y él de pequeños haciendo travesuras, Camilo rompió a llorar, tratando de no caer de rodillas.
No esta vez.

A mí todas las noches me tocaba escuchar el llanto de mis primas y mis tíos, a la vez que el de la abuela y mis padres. Los escuchaba tanto que no me daba tiempo de llorar a mí.

Cuando entré a la habitación de mi hermano y vi el altar, hice mi mejor esfuerzo por mantener la compostura. Todos estaban lo suficientemente débiles como para unirme yo. No podía desesperarme como los demás.
Lo habíamos hablado con Camilo antes de que me fuera con los Guzmán para no tener que vivir en la energía tan lúgubre que tenía ahora Casita: esta vez, nos tocaría a nosotros ser los fuertes. Aunque lo estábamos haciendo súper mal, pues Camilo casi no salía y yo simplemente había huído de la triste realidad, estábamos intentando.
La familia entera vivía en llanto: nos tocaba a nosotros consolarles esta vez.

—Hola...—traté de sonreírle a su foto a pesar de que las lágrimas inundaban mis ojos—Sabes que siempre sé todo de todos por este don que tanto me atormenta, pero la verdad es que nunca supe mucho de mí misma. Y lo poco que sé, Mirabel, te lo debo a ti. Gracias a ti sé que ser el centro de atención no es tan malo como yo creí; que si quiero algo o si algo me molesta tengo que decirlo en lugar de susurrarlo; y qué tal vez ser emocional no me vaya a ser un problema. Sabes que siempre me guardaba lo que sentía a toda costa, pero Mirabel,—solté una pequeña carcajada triste y silenciosa—no sabes cuánto me hacías reír con tus ocurrencias y torpezas. Eras la más amable, alegre y valiosa de esta familia, con o sin don. Y te quiero mucho, a ti y a todos, por más de nunca decirlo.

Acaricié el bolso de mi prima: yo se lo regalé cuando cumplió 10. Creí que no lo usaría para nada y me arrepentí de habérselo tejido, pero para mi sorpresa, jamás lo soltó; probablemente sólo porque se lo había hecho yo.

Me sequé las lágrimas mientras caminábamos hacia la puerta, y recordé que me olvidaba de confesarle algo.

—Ah, y Mirabel...—le sonreí conteniendo las lágrimas—No vayas a decirle a Isabela, pero... Tú también eras mi prima favorita.

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