Un alma en pena.

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(Mirabel)

Esa fue bastante información que procesar en menos de diez minutos.

Claro, todo lo interesante tenía que ocurrir cuando ya estaba muerta.

—Como te decía antes de descubrir tu romance prohibido,—mi papá sonrió a Isabela, que no podía contener la risa de la vergüenza—ya está el almuerzo. Y tú,—miró a Salma con las cejas levantadas de la emoción—tú te quedarás a almorzar con nosotros.

—Pe-pero suegrit,—Isabela le dio un codazo y a mí me dolía el estómago de tanto reír—digo, señor-

—Sin peros.—mi papá apretó los labios; parecía más emocionado que ellas, qué risa—Voy a ir a poner la mesa, vamos a almorzar afuera. No demoren.

Mi papá cerró la puerta, y ahora que sabía que mi hermana tenía un trocito de felicidad con ella, me tomé la libertad de seguirlo.

Cuando Pablo vio que mi papá estaba sacando los platos, se apresuró en detenerlo antes de que se le cayeran encima.

—¡Señor Agustín!—lo llamó, entrando presuroso a la cocina—No se preocupe, ya puse yo la mesa.

—Qué muchacho tan hacendoso.—lo miró con orgullo—Ya llamé a la familia. ¿Qué has hecho de comer?

—Rondón, señor. ¿Está bien?

Mi papá bajó la mirada y aguantó las lágrimas lo mejor que pudo.
Ese era mi plato favorito.

—Sí, está bien.

(Pablo)

Una vez más, fui elogiado por mi talento para la cocina, y vi a la familia Madrigal un poco más sonriente. Nada radical; el cielo seguía medio gris, y todos comían serios y en silencio, pero algo en el ambiente parecía iluminar un poco el alrededor.

Mientras todos se dirigían a sus cuartos igual de solitarios, yo me puse a lavar los platos, reflexionando acerca de cómo me había estado sintiendo estos días.
Debo admitir, no podía estar más agradecido con aquella familia por la oportunidad que me habían dado. Eran amables y cordiales, incluso estando tan tristes. En el orfanato, si alguien estaba enfadado o triste, era mejor no acercarse si es que no querías ganarte un puñetazo y grito de "¡déjame sólo!"
Empecé a darme cuenta de que había crecido en un ambiente erróneo, y había encontrado la causa de por qué el mal humor era mi humor estándar. Con esta familia estaba aprendiendo a bajar la guardia, por más increíble que parezca.
Aún así, no podía obviar un detalle.
Desde que llegué a ese pueblo, a esa casa, había estado sintiendo que alguien me observaba. Que alguien me seguía.

(Mirabel)

Después de oír a mi familia adorar los platos que Pablo cocinaba, me frustró saber que no los podía probar.
Después de pensarlo mucho, decidí que esa noche lo acompañaría a casa. No es por ser loca, sólo quería asegurarme de que llegaría a salvo. Los ladrones del pueblo aprovechan para entrar a robar en las noches más oscuras, y según el calendario clavado en mi pared, por lo pronto habría luna nueva. Quería ver que llegara bien, eso es todo.
No debería preocuparme; no lo conocía, pero no me importaba.
Así somos los Madrigal, supongo.

Cuando terminaron de almorzar, todos se fueron a sus habitaciones, pero yo me quedé en la cocina con Pablo. No podía hablarle, porque no podría oírme, así que sólo me quedé observándole. Observando el cambio que había tenido desde el día en que llegó al pueblo.

Había pasado nada más semana y media, pero esa era simple prueba de la magia de mi familia; tenían algo que hacía a las personas mejores. Y ese algo le había quitado la mala cara y el ceño fruncido a Pablo.

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