El paraguas.

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(Mirabel)

¿Qué?

—Esperen, ¿qué?

Los tres nos quedamos estupefactos viéndonos entre nosotros, los tres por la misma razón: no podíamos creer que podían verme.

—Yo... Yo...—Salma parecía estar a punto de entrar en una crisis nerviosa, y Pablo estaba por tomarla de la mano para tranquilizarla cuando ella salió corriendo.

—¡Espera!—grité, ahora sabiendo que sólo  ella y Pablo podían oírme—¡Salma!

La vimos correr a su casa y tirar un portazo aterrorizada, y entonces el chico se volteó a verme furioso.

—¿Ves lo que haces?—reclamó, con un tono indignado, y por alguna razón yo sentí un pequeño pinchazo en el corazón—¿Por qué no dejas de seguirme? ¿Por qué no me dejas EN PAZ?

(Pablo)

Para ser un fantasma, la chica era muy expresiva.

—¿Por qué no me dejas EN PAZ?—pregunté enojado, y noté cómo apretaba los labios y cerraba los ojos. Entonces me di cuenta que a pesar de ser un fantasma, era una persona, y yo estaba comportándome como un verdadero imbécil.

—Perdón.

Me miró a los ojos una vez más y me dio la espalda para alejarse del centro, y entonces me sorprendí al descubrir que a los fantasmas se les puede tocar si los notas.

—¡Espera!—la tomé de la mano, y ella no luchó por soltarse—Lo siento.

Regresó hacia mí y se quedó viéndome, sin saber qué decirme, como si yo sí lo hiciera.
Sólo solté un suspiro.

—¿Quién eres?—pregunté, sentándome en una pequeña banca justo al lado de mi puerta.

—Me... Me llamo Mirabel.—contestó, sin ser capaz de mirarme a los ojos como antes; entonces fue cuando recordé el plato vacío en la mesa Madrigal.

—¿Tú... Tú eres...?— dirigí mi vista hacia la casa donde trabajaba, y luego hacia la chica, que asintió débilmente.

—Yo soy la historia que mi abuela no estaba lista para contarte.

Saqué mi paraguas; estaba comenzando a llover. Podría simplemente haber entrado a mi casa, pero Mirabel me había atrapado con su historia y su fantasma ya.

(Mirabel)

—No voy a hacerte la historia larga.—encogí los hombros con tristeza. A pesar de que se había disculpado, la expresión de rabia de Pablo me había quitado la pequeña sonrisa que tenía después de escuchar los chistes malos de Salma—Todos en mi familia tienen un don, como ya sabes. Yo fui la única que no recibió uno.—lo vi sorprenderse, pero yo seguí con mi historia—La última ceremonia que hubo fue la de mi primo Antonio, y esa noche noté que la casa se agrietaba. En fin, muchas cosas pasaron hasta que la casa estaba por derrumbarse, porque la vela estaba por apagarse... Y en mi intento de salvar la vela a toda costa, no pude salvarla, ni tampoco pude salvarme yo.

(Pablo)

No me di cuenta de que su cabello estaba mojándose hasta que subí la mirada para responderle.

Me dio vergüenza decirle que se sentara a mi lado; yo no era quién para decirle qué hacer, y menos después de haberla tratado mal. Así que lo que hice fue pararme yo a su lado para compartir mi paraguas, y a pesar de que noté de reojo que volvió la vista hacia mí con un cuarto de sonrisa, al momento volvió hacia otro lado la mirada.

—Lo siento mucho...

—Yo también lo siento. Y también siento haber estado siguiéndote, no era por loca. Sólo quería ver que mi familia estuviera en buenas manos, pero me estoy dando cuenta que sí, así que ya no te seguiré más. Ya me voy.—estaba por alejarse, y me dió demasiada pena tomarla de la mano esta vez, así que sólo toqué su hombro.

—Hey,—la llamé—perdón de nuevo por haberte maltratado. No te preocupes, tu familia está en buenas manos, pero ahora que sabes que puedo verte... Tal vez lo que necesites es un amigo.—le sonreí débilmente apenas noté que su cabeza se giraba para verme—Vas a mojarte toda si te vas así. Llévate el paraguas.—se lo entregué, y apenas lo tomó en sus manos, me sobresaltó verlo volviéndose tan transparente como ella. Ella tuvo la misma reacción, y yo solté una pequeña y silenciosa risita al ver su torpe y linda expresión de sorpresa.

Miró al paraguas con incredulidad, y luego directo a mis ojos, que ya estaban clavados en ella mientras me mojaba todo el cabello; la lluvia había incrementado, pero para ese punto, ya no me importaba.

—Entra a tu casa, que vas a resfriarte.—me ordenó con dulzura, y así lo hice. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando me interrumpió—Ah, y oye... Gracias.

SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora