Salma.

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Nota de la autora: Hay una pequeña descripción de Salma en la imagen del capítulo. En caso que no puedan verla, se las dejo más abajo :) <3 Lo dibujé todo, obvio.

(Pablo)

Ojos verdes.

Cabello castaño.

Labios finos.

Un rostro angelical.

Nunca había visto nada igual.

Ella ni se fijó en mi existencia, y no me molestó. Nadie lo hacía de todos modos, y al ser tan hermosa, aquel ángel probablemente ya estaba en lazos con otro; y después de todo, por simple timidez, jamás me atrevería acercarme a ella. Era un simple gusto visual, que se me arrebató cuando la señora Pepa se la llevó arriba, imagino a contarle lo sucedido.

Yo sólo seguí barriendo.

(Salma)

—Ay, señora, tomé el primer vuelo apenas me enteré. ¿Cómo están todos?

—Te he dicho mil veces que me digas Pepa, no señora. Puede que te lleve treinta años, pero igual somos amigas.—Pepa me sonrió débilmente para corregirme y contármelo todo—Julieta ha caído enferma, y en general, pues nadie está bien. Bruno está muy afectado, ya te imaginarás, y yo... Bueno, yo no he podido mostrar un sólo rayo de sol hasta que te he visto venir.

—Ay, Pepa...—la abracé—Vas a ver que todo va a mejorar. ¿Qué tiene Julieta?

—No estamos muy seguros. Después de todo, nunca hemos necesitado doctores; ella los curaba a todos. Pero ahora no puede levantarse ni para hacerse una arepa, y...—una nube empezó a formarse sobre ella, y al sentir la garúa, empezó a acariciar su trenza y a sonreír desganada—Soleado... Soleado...

—¿Puedo ir a verla?

—Todos te apreciamos mucho en esta familia, Salmi, pero Agustín está destrozado y no permite que nadie que no sean sus hijas o él entren la habitación.

—Está bien, no hay problema, es comprensible.—me quedé en silencio junto con ella, sin saber qué más decir para consolarla. De pronto, me fijé que un chico barría el primer piso; estaba segura de que jamás lo había visto desde el primer día que pisé esta casa—Oye, ¿quién es él?

—¿Ah?—mi amiga me miró despistada, y al ver a quién me refería la nube se desvaneció—Ah, es Pablo, un chico nuevo en el pueblo. Mi mamá lo contrató para que limpie y cocine mientras Julieta se recupera.—noté cómo una nube desaparecía del cielo al sentir a Pepa codearme—¿Por qué no vas a hablarle? Es sólo dos años menor que tú; tal vez él sea tu príncipe azul...

—Oh, no...—sonreí nerviosa mientras me alejaba lentamente—Sí pensaba ir a hablarle, pero no para eso; sólo porque sé lo duro que es ser nuevo en un pueblo. Lo que menos necesito es un Romeo...

—No sé, querida... Sólo recuerda que tu belleza no durará para siempre.—me advirtió con una sonrisa que le devolví, burlona.

—¿Quién dice?—ambas reímos, y me alegré de verle sonreír, haciendo que saliera el sol después de tantos asegurados días de lluvia. Me despedí para ir a dejar mis cosas a mi casa cuando me di cuenta que estaba olvidando algo importante.

—Ah, por cierto, antes de que me vaya... ¿cómo está Isabela?

(Pablo)

Después de ver de reojo cómo murmullaban mirándome sin pena, decidí subir a barrer el segundo piso. No tenía intenciones de acercarme a conquistarla; sólo tenía intenciones de terminar aquel trabajo para poder bajar a cocinar el almuerzo. Sin embargo y para mi sorpresa, fue ella quien se acercó a mí, interrumpiendo mi labor en medio de las escaleras.

—¡Hola!—me saludó con una sonrisa—¿Pablo?

—S-sí,—tartamudeé de los nervios, entrecerrando los ojos con una gran sonrisa—ese mismo. ¿Puedo ayudarle, señorita?

—Oh, no, para nada.—rió—Sólo quería presentarme. Soy Salma.

—Un gusto, señorita Salma. Mi nombre es Pablo.

—Sí,—me sonrió—ya lo sé.

Me sentí un completo idiota.

—Sé que es duro comenzar de cero en un pueblo nuevo.—continuó—Yo me mudé aquí cuando tenía sólo dieciséis años, y sentía que el mundo se me venía abajo de lo sola que me sentía. ¡Pero no te preocupes! Si necesitas algo, lo que sea, desde azúcar hasta un taladro, puedes tocar mi puerta y con gusto te lo daré. Para que puedas ubicarme, vivo frente al mural que retrata a la familia Madrigal.

—Qué curioso, yo vivo justo al lado...—murmuré, alzando las cejas sorprendido.

—¡Perfecto! Ya somos vecinos. Sé que es duro mudarse a un lugar en donde no conoces a nadie, pero no te preocupes.
En esta casa todos son muy amables, y ya verás que pronto harás un montón de amigos. ¡Ya tienes una!—me aseguró, y fue entonces cuando tropecé y estuve por caer de frente del nerviosismo y la impresión.

Juro por mi difunta madre que fue un accidente.
Soy un idiota cuando me pongo nervioso.

(Salma)

—¡Woah, calmado!—estuvo a punto de caer sobre mí, y aunque claramente fue un accidente, me incomodé demasiado. Aún así, logré salvarlo, tomándole por los brazos para que el equilibrio regresara a él. Se quedó con los ojos clavados en los míos, claramente angustiado porque lo acusase de acoso o alguna cosa así; uno es muy inseguro al empezar de cero; si alguien entendía eso, esa era yo—Hey, tranquilo, sé que fue un accidente.—soltó un suspiro de alivio, y tras disculparse mil y un veces, la escoba se le cayó escaleras abajo. Estaba por ofrecerme a recogerla, cuando vi a Isabela en el fondo del plano, y aunque no sabía cuánto había visto o escuchado, supe por su expresión que no le había hecho ninguna gracia.

Luego de recoger su escoba y volver hacia mí una vez más, se dio cuenta que Isabela y yo teníamos clavadas la mirada en los ojos de la otra, y no supo muy bien qué hacer.

(Isabela)

No he salido de mi habitación una semana entera. Salgo, y me encuentro con esto.

Maldita sea.

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