Celos.

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(Mirabel)

Isabela traía una cara de tragedia...

O más bien, una cara de querer matar a Pablo, y luego a Salma.

Tenía un recuerdo muy borroso de esa chica entrando a la casa por la madrugada mientras yo salía tomar agua, pero en el momento, había pensado que estaba alucinando del sueño, pues al frotarme los ojos, su figura ya no estaba. En realidad, aunque recuerdo que siempre venía a la casa, pues era mejor amiga de Isabela, yo no sabía mucho de aquella muchacha; Isa y yo no éramos muy cercanas que digamos en aquel entonces. La verdad, Isa nunca tuvo muchas amigas; la abuela decía que no era necesario, así que supongo que tendría miedo a ser reemplazada por la única que al parecer tenía. Con lo arrogante que solía ser, jamás imaginé a mi hermana celosa, pero después de conocer su inseguridad, ya no me sorprendía.

Pero si esta chica hacía sentir mal a mi hermana o la reemplazaba, por Cristo Santo que embrujaría su casa por lo que le quedara de vida.

—Perdóname, tengo que irme. Mi amiga es un poco... Celosa.—Salma sonrió nerviosa—Siempre cree que la cambiaré, cuando jamás haría eso.

—Um... No te preocupes.—él alzó una ceja, sonriendo ya más despreocupado—Ya hablaremos más otro día.

—¡Claro!—exclamó al oírlo, habiendo salido corriendo ya en dirección a la habitación de Isa—¡Nos vemos!

La seguí hasta la habitación de Isa. No era por chismosear, yo no era Dolores, pero tenía que oír cómo se excusaba con mi hermana; tenía que ver con mis propias gafas que la dejara sintiéndose bien; bien, y segura.

(Salma)

Siempre confundía las puertas, y tenía que leer cada nombre uno por uno para distinguir los cuartos y sus dueños. Sin embargo, esa vez no tuve que leer nada: reconocí dónde estaba Isabela por el portazo que dio al encerrarse.

—¡Isa!—la llamé con tan sólo abrir la puerta; menos mal que no le había puesto llave—¡Isabela!

Creo que sabía que yo no pararía de llamarla hasta que respondiera, porque a pesar de su muy notable rabia, no hicieron falta más de dos llamadas para que bajara su cama hasta su lugar y me respondiera de mala gana.

—¿Qué quieres?

—Saber qué te pasa, eso quiero. Saber cómo estás.

(Mirabel)

—¿Qué quieres?—Isa bajó su cama y la miró con cierto desprecio, que a la vez parecía esconder dolor.

—Saber qué te pasa, eso quiero. Saber cómo estás.

—Estoy bien, gracias.—sonrió sin moverse de su lugar en la cama, a pesar de que Salma había ya se había apresurado en subir y sentarse junto con ella— Ahora sal de mi cuarto,—bajó la mirada una vez más, para luego mirar hacia otro lado— que te puedes ganar un malentendido con tu novio si te ve saliendo de aquí.

Yo no podía estar más confundida.

Salma suspiró. Yo no acababa de entender la angustia tan profunda que su rostro reflejaba, hasta que la tomó de las manos y le dijo algo que, de no haber estado ya muerta, me habría provocado un infarto.

—Él no es mi novio, Isabela. Tú eres mi novia.

¿Ah?

*Flashback a dos semanas antes*

(Isabela)

Como siempre hago al estar nerviosa, llevo horas caminando de un lado a otro por la parte de atrás de mi tan inmensa habitación, donde se esconde una ventana con un cristal sorprendentemente resistente al ser tan fino y decorado por flores lilas y rosas... Para variar.
Allí nadie me encontraría; nadie me vería llorar.
Entonces escucho que pequeños guijarros son lanzados a mi ventana con precaución, y sé que Salma me espera abajo, igual que todas las noches de viernes.

SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora