Explicaciones.

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(Salma)

Entré a la casa Madrigal la tarde siguiente después de clase, después de saludar a Pablo y a Mirabel, me dirigí a la habitación de mi novia.
Traté de abrir la puerta, pero estaba con llave.

—¡Isa!—toqué la puerta, y nadie me respondió. Mi primer pensamiento fue que podría estarse cambiando de ropa, pero mi voz era muy reconocible, y de todos modos, no había nada ahí que yo no hubiese visto ya—¡Isa, ¿estás ahí?!

Creí que había ido a caminar por el pueblo, y estaba a punto de irme a buscarla cuando escuché un sollozo ahogado, y al escucharlo supe que estaba en su dormitorio; sólo que no quería verme.
Era comprensible; no nos habíamos visto en un tiempo ya, viviendo cerca, pero necesitaba que me dejase pasar para explicarle todo... O al menos inventar alguna historia con el dolor de mi corazón, por si no me fuera a creer.
Toqué la puerta con mi puño dos veces, apoyada de costado en su puerta.

—Isabela, abre la puerta, por favor.—nada de nada—Isa, ¿podemos dejar de pelear, por favor?

Bueno, en realidad, estaba peleada ella solita, pero estaba sufriendo, y la comprendía. Me sentía mal; la había dejado sola en uno de los peores momentos de su vida, y lo entendí todo.
No importaba cuánto le rogara, no iba a dejarme entrar.
Yo tendría que encontrar un camino hacia ella.
Quería llorar del arrepentimiento, pero no era hora; tenía que encontrar una forma de tenerla frente a mí, cerca una vez más.
Entonces se me ocurrió la misma táctica que habíamos usado por las madrugadas por casi tres años, sólo que esta vez, un poco más autoritaria, por llamarlo así.

—Ven.—a Pablo se le cayó la escoba mientras lo arrastraba a la parte trasera de la casa, y Mirabel lo siguió a pesar de que no la había llamado a ella.

Una vez ahí, se mostraron fastidiados, pero a mí no me importó.

—¡Si sigues haciendo eso me van a despedir!—me reclamó, y yo procedí a explicarles mi plan para llegar a Isa.

—Puedes gritarme luego si quieres; ahora necesito tu ayuda.—me miré a mí misma y luego analicé el cuerpo de mi amigo; creo que mi plan sí podría funcionar—¿Crees que pueda pararme en tus hombros sin que te rompa la columna?

(Pablo)

—¿Crees que pueda pararme en tus hombros sin que te rompa la columna?

Me sorprendió su pregunta, y no supe muy bien qué contestar.

—Pues...—me miré a mí mismo; en el orfanato había entrenado mucho para distraerme de la vida tan horrible que me esperaba al salir de mi habitación en el ático, así que a pesar de verme delgado por lo alto que era, era bastante fuerte, sobre todo mis brazos. Además, Salma era pequeña y delgada, así que asentí, dispuesto a ayudarla—Yo creo que sí.

—Eres el mejor.—me dio un beso en la mejilla, y noté que la expresión de Mirabel cambiaba, pero lo achaqué a una simple ilusión—Agáchate, y no te vayas hasta que no entre; si me caigo de espaldas, puedes atraparme.

(Salma)

Mi amigo hizo todo lo que le pedí, y efectivamente, funcionó. Isabela había olvidado que yo haría cualquier cosa por ella, dejando la ventana abierta; así pude colgarme con ambas manos del alféizar de la ventana y, con toda la fuerza que me quedaba en el cuerpo, subirme y sentarme en él.

—Gracias.—articulé a mis amigos sin hacer un sólo ruido, para luego entrar con cuidado a la habitación de mi novia y verlos irse.

—¡Isabela!—la llamé una vez más, y esta vez sí obtuve respuesta...

Sólo que no era la voz de Isabela.

(Mirabel)

Entré a ver cómo estaba mi mamá, rezando porque estuviera mejor. Para mi sorpresa, lo estaba.

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