Ya es tarde.

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(Pablo)

Estaba seguro de haber perdido de vista a Mirabel, así que sentía que ya podía caminar por el monte tranquilo, alzando mi farol para no caer de cara en la oscuridad.
Sin embargo, aún así casi lo hago cuando me encontré con alguien que apareció de la nada.

(Mirabel)

Se había ido, ¿no?

Lo busqué por todo el pueblo menos por su casa, porque sabía que no estaría ahí. Lo busqué en los mercados cerrados, en las cantinas, en la plaza, y en los parques. Lo busqué en cada cuadra, cada callejón, cada rincón de cada lugar que imaginé, hasta que, como último recurso, finalmente me adentré en su casa.

Había huido, era oficial, porque no había nada. Parecía un departamento abandonado; sucio y vacío, sólo amoblado y sin toque personal.
Lo único suyo que pude hallar y de lo que no quise separarme fue de su guitarra; la misma guitarra con la cual me había cantado la canción más linda del mundo.

Estaba camino de regreso a mi casa, fallando en mis intentos de dejar de llorar para no arruinar la felicidad de mi hermana y su prometida, cuando a lo lejos vi una farola moviéndose por la colina, y caer bruscamente al suelo, finalmente apagándose.
Me temí lo peor; nadie estaría fuera a esa hora caminando por el monte si fuese sólo un pasatiempo: tenía que ser él. Y aunque no pudiera convencerle de quedarse tendría que intentar. 

(Pablo)

A pesar de que mi farola se apagó, podía ver con suma claridad lo que tenía delante mío.
Era el mismo hombre de la pijamada, con la misma ropa e igual de apuesto, sólo que esta vez, su expresión amable había cambiado.
Esta vez, se veía furioso.

—Le dije a Salma que si le rompía el corazón a mi nieta, embrujaría su casa por el resto de su vida...—se acercó, amenazante—Y lo mismo aplica para ti.

Tragué saliva. No sabía a qué se refería, pero a la vez lo sabía perfectamente.

—N-No sé de qué habla, señor Pedro.—retrocedí a pasos lentos—Yo no tengo nada con ninguna de sus nietas...

—¿Crees que soy idiota?—cuestionó, acercándose cada vez más amenazador—He visto como la miras, y cómo ella te mira a ti.

Suspiré.

¿Para qué negarlo, si lo tenía tan claro?

—Esto es lo mejor para todos, señor Pedro.

—¿Lo mejor para todos es que dejes a mi nieta gritando tu nombre en la oscuridad?—preguntó molesto, señalando en dirección al pueblo, donde había dejado a la más hermosa Madrigal buscándome.

—Sí.

—¿Cómo?

—Tal vez le guste, señor Pedro. Tal vez le guste a Mirabel... Pero yo estoy enamorado de ella.—confesé y proseguí, sin que el fantasma moviera un sólo músculo en sorpresa—Pero nos separa una vida entera, literalmente. Somos demasiado diferentes: yo tengo una vida por terminar y la suya está hecha ya. ¿Qué hago? ¿Pedirle que me siga a donde vaya y me espere?—sólo entonces la expresión furiosa y amenazante del hombre empezó a derretirse para volverse más lastimera—Prefiero yo sufrir lejos y en silencio a ser egoísta y permitirnos tener una historia que termine mal. No quiero verla sufrir... Tengo que huir antes de que se enamore de mí.

—Ya es un poco tarde para eso.—escuché la voz de Mirabel detrás de mí.

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