III

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ES AGRADABLEES AGRADABLE


Por la noche, gracias a algunos sueldos que halla siempre medio de proporcionarse, el homuncio entra en un teatro. Al franquear el mágico umbral, se transfigura; era el pilluelo y se convierte en el tití. Los teatros son una especie de navío vuelto, con la cala en lo alto. En esta cala es donde se amontonan los titíes. El tití es al pilluelo lo que la mariposa a la oruga; el mismo ser, pero volando y cerniéndose. Basta que esté allí derramando alegría, con su poderoso entusiasmo, con su palmoteo parecido a un batir de alas, para que aquella cala estrecha, fétida, oscura, fea, malsana, repugnante, abominable, se llame el Paraíso.

Dad a un ser lo inútil y quitadle lo necesario, y tendréis al pilluelo.

El pilluelo no carece de cierta intuición literaria. Su tendencia, lo decimos con todo el debido dolor, no sería del gusto clásico; es, por naturaleza, poco académico. Puede verse un ejemplo de ello en la popularidad de la señorita Mars, popularidad que entre este pequeño público de niños turbulentos estaba sazonada con algo de ironía. El pilluelo la llamaba la señorita Muche.

Este ser vocea, se burla, se mueve, lucha, lleva retazos como un niño pequeño, harapos como un filósofo; pesca en los albañales, caza en las cloacas, saca alegría de la inmundicia, azota las calles con su locuacidad, husmea, muerde, silba y canta, aclama y vocea, entona el Aleluya con el Matanturlurette, salmodia todos los ritmos, desde el De Profundis hasta la Mascarada; encuentra sin buscar, sabe lo que ignora, es espartano hasta la ratería, loco hasta la sabiduría, lírico hasta la obscenidad, se acurrucaría en el Olimpo, se revuelve en el estiércol, y sale cubierto de estrellas. El pilluelo de París es Rabelais en pequeño.

No está contento con sus pantalones si no tienen bolsillo de reloj.

Se sorprende muy poco, se asusta menos aún, convierte en cantares las supersticiones, deshincha las exageraciones, pregona los misterios, saca la lengua a los aparecidos, despoetiza los fantasmas, introduce la caricatura en las hipérboles épicas. Y esto no quiere decir que el pilluelo sea prosaico, muy lejos de esto, sino que reemplaza la visión solemne por la fantasmagoría de la farsa. Si Adamastor se le presentase, el pilluelo diría: «¡Vaya! ¡Espantajo!».

Los Miserables III: MariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora