OFERTAS DE SERVICIO DE LA MISERIA AL DOLOR
Marius subió la escalera del caserón a pasos lentos; en el instante en que iba a penetrar en su celda descubrió detrás de sí, en el corredor, a la Jondrette mayor, que le seguía. Aquella muchacha le resultó odiosa a la vista, pues era ella la que tenía sus cinco francos; era demasiado tarde para pedírselos, y además el cabriolé ya no estaba allí, y el coche de alquiler se hallaba ya lejos. Por otra parte, ella no se los devolvería. En cuanto a interrogarla sobre la dirección de los que habían estado allí, aquello resultaba inútil, era evidente que no lo sabía, puesto que la carta firmada por Fabantou estaba dirigida al bienhechor de la iglesia de Saint-Jacques-du-Haut-Pas.
Marius entró en su habitación y empujó la puerta tras de sí.
La puerta no se cerró; se volvió y vio una mano que retenía la puerta entreabierta.
—¿Qué hay? —preguntó—. ¿Quién está ahí?
Era la hija de Jondrette.
—¿Otra vez vos? —dijo Marius casi duramente—. ¿Qué queréis?
Ella parecía pensativa y no respondía. No tenía la seguridad de la mañana. No había entrado y se mantenía en la sombra del corredor, donde Marius la veía a través de la puerta entreabierta.
—¿Contestáis o no? —inquirió Marius—. ¿Qué queréis?
Ella levantó hacia él su mirada apagada, donde una especie de claridad parecía haberse encendido vagamente, y le dijo:
—Señor Marius, parecéis triste. ¿Qué tenéis?
—¿Yo? —dijo Marius.
—Sí, vos.
—No tengo nada.
—¡Sí!
—No.
—¡Os digo que sí!
—¡Dejadme tranquilo!
Marius empujó nuevamente la puerta, pero ella continuó reteniéndola abierta.
—Mirad —dijo—, hacéis mal. Aun cuando no seáis rico, habéis sido bueno esta mañana. Sedlo también ahora. Me habéis dado de comer, decidme ahora qué tenéis. Estáis apesadumbrado, esto se ve. No quisiera que tuvierais pena alguna. ¿Qué es preciso hacer para esto? ¿Puedo serviros en algo? Empleadme. No os pregunto vuestros secretos, no necesito que me los digáis, pero, en fin, quiero seros útil. Quiero ayudaros, puesto que ayudo a mi padre. Cuando es preciso llevar cartas, ir a las casas, pedir de puerta en puerta, encontrar una dirección, seguir a alguien, yo sirvo para eso. Pues bien, podéis decirme lo que tenéis, iré a hablar a las personas; algunas veces basta con que se sepan las cosas para que todo se arregle. Servíos de mí.
Una idea atravesó la mente de Marius. ¿Quién desdeña una rama cuando está a punto de caer?
Se aproximó a la Jondrette.
—Escucha... —le dijo.
Ella le interrumpió con un relámpago de alegría en los ojos.
—¡Oh, sí, tuteadme! Lo prefiero.
—Pues bien, ¿tú has traído aquí a ese anciano con su hija...?
—Sí.
—¿Sabes su dirección?
—No.
—Averíguamelo.
La mirada de la Jondrette de triste se había vuelto alegre, y de alegre se había vuelto sombría.
—¿Es eso lo que queréis? —preguntó.
—Sí.
—¿Los conocéis, acaso?
—No.
—Es decir, no la conocéis, pero queréis conocerla.
El «los» que se había convertido en «la» tenía un no sé qué de significativo y amargo.
—¿Puedes o no? —preguntó Marius.
—¿Conseguir la dirección de esa hermosa señorita?
Había en las palabras «hermosa señorita» un acento que importunó a Marius. Prosiguió:
—¡En fin, no importa! Las señas del padre y de la hija. ¡La dirección, vaya!
La Jondrette le miró fijamente.
—¿Qué me daréis?
—¡Todo lo que quieras!
—¿Todo lo que quiera?
—Sí.
—Tendréis la dirección.
Bajó la cabeza; luego, con un movimiento brusco, cerró la puerta.
Marius se encontró solo.
Se dejó caer sobre una silla, con la cabeza y los codos apoyados en la cama, abismado en pensamientos que no podía retener, y como presa del vértigo. Todo lo que había sucedido desde la mañana, la aparición del ángel, su desaparición, lo que aquella criatura acababa de decirle, una luz de esperanza flotando en una desesperación inmensa, todo esto llenaba confusamente su cerebro.
De pronto, vio interrumpida violentamente su meditación.
Oyó la voz alta y dura de Jondrette pronunciar estas palabras llenas del más extraño interés para él.
—Te digo que estoy seguro de ello, y que le he reconocido.
¿De quién hablaba Jondrette? ¿A quién había reconocido? ¿Al señor Leblanc? ¿Al padre de «su Ursule»? ¿Acaso Jondrette le conocía? ¿Iba Marius a tener, de aquel modo brusco e inesperado, todas las noticias sin las cuales su vida era oscura para él mismo? ¿Iba a saber, por fin, a quién amaba? ¿Quién era aquella joven? ¿Quién era su padre? ¿Estaba a punto de iluminarse la espesa sombra que los cubría? ¿Iba a rasgarse el velo? ¡Ah, cielos!
Saltó más que subió a la cómoda, y tornó a su puesto cerca del pequeño agujero del tabique.
Desde allí, volvió a ver el interior de la cueva de Jondrette.
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Los Miserables III: Marius
Fiction HistoriqueEn esta tercera parte, aparecen nuevos personajes: Gavroche, hijo abandonado de los Thénardier, que encarna al pilluelo de París, y Marius Pontmercy, hijo del coronel de Waterloo, quien se une a un grupo de estudiantes republicanos y en sus paseos p...