I
UN GRUPO QUE HA ESTADO A PUNTO DE SER HISTÓRICO
En esta época, indiferente en apariencia, corría vagamente cierto estremecimiento revolucionario. El soplo que salía de las profundidades de 1789 y 1792 estaba en el aire. La juventud estaba, permítasenos la expresión, mudando de piel. Se transformaba, casi sin sospecharlo, en el mismo movimiento del tiempo. La aguja que se mueve en el cuadrante marcha también en las almas. Cada uno daba el paso hacia delante que debía dar. Los realistas se hacían liberales, los liberales se hacían demócratas.
Era como una marea creciente, complicada con mil reflujos; lo propio de los reflujos es hacer las mezclas; de ahí las combinaciones de ideas tan singulares; se adoraba a la vez a Napoleón y a la libertad. Ahora escribimos la historia, y aquéllos eran los espejismos de aquellos tiempos. Las opiniones atraviesan sus fases. El realismo volteriano, variedad singular, ha tenido un contrapeso no menos extraño, el liberalismo bonapartista.
Otros grupos políticos eran más serios. En ellos se sondeaba el principio; se buscaba un fundamento en el derecho; se apasionaban por lo absoluto; se vislumbraban las realizaciones infinitas; lo absoluto, por su misma rigidez, impulsa el ánimo hacia el cielo, y le hace flotar en el espacio ilimitado. No hay nada mejor que el dogma para crear la medida; y nada es más propio que la meditación para engendrar el porvenir. Utopía hoy, carne y hueso mañana.
Las opiniones avanzadas tenían dobles fondos. Un principio de misterio amenazaba el «orden establecido», el cual era sospechoso y receloso. Signo del más alto grado revolucionario. La intención secreta del poder se encuentra en la zapa con la intención secreta del pueblo. La incubación de las insurrecciones responde a la premeditación de los golpes de estado.
No había entonces todavía en Francia esas vastas organizaciones ocultas, como el tugenbund alemán y el carbonarismo italiano, pero se iban ya ramificando algunas oscuras excavaciones. La Cougourde se esbozaba en Aix; existía en París, entre otras afiliaciones de este tipo, la sociedad de Amigos del A B C.
¿Qué eran los Amigos del A B C? Una sociedad que tenía por objeto, en apariencia, la educación de los niños, y, en realidad, el mejoramiento de los hombres.
Declarábanse Amigos del A B C. El humillado era el pueblo. Querían elevarle. Retruécano del que haríamos mal en reírnos, porque estos retruécanos son muchas veces cosa grave en política: díganlo sino el Castratus ad castra, que hizo de Narses un general del ejército; el Barbari et Barberini el Fueros y Fuegos; el Tu es Petrus et super hanc petram, etc., etc.
Los Amigos del A B C eran poco numerosos. Era una sociedad secreta en estado de embrión; casi diríamos una pandilla, si las pandillas pudiesen producir héroes. Se reunían en París en dos puntos, cerca de Halles, en una taberna llamada Corinto, de la que trataremos después, y cerca del Panteón, en un cafetucho de la plaza Saint-Michel, llamado Café Musain, hoy desaparecido. El primero de estos sitios de reunión estaba cerca de los obreros, y el segundo cerca de los estudiantes.
Los conciliábulos habituales de los Amigos del A B C se celebraban en una sala interior del Café Musain. Esta sala, bastante apartada del café, con el cual se comunicaba por un largo corredor, tenía dos ventanas y una puerta con escalera secreta, que daba a la callejuela de Grès. Allí se fumaba, se bebía, se jugaba y se reía. Se hablaba de todo a gritos, y de una cosa en voz baja. En la pared estaba clavado un antiguo mapa de Francia en tiempo de la República, indicación suficiente para excitar el olfato de un agente de policía.
La mayoría de los Amigos del A B C eran estudiantes, en cordial inteligencia con algunos obreros. Véanse algunos nombres de entre los principales, que pertenecen en algún modo a la historia: Enjolras, Combeferre, Jean Prouvaire, Feuilly, Courfeyrac, Bahorel, Lesgle o Laigle, Joly, Grantaire.
ESTÁS LEYENDO
Los Miserables III: Marius
Historical FictionEn esta tercera parte, aparecen nuevos personajes: Gavroche, hijo abandonado de los Thénardier, que encarna al pilluelo de París, y Marius Pontmercy, hijo del coronel de Waterloo, quien se une a un grupo de estudiantes republicanos y en sus paseos p...