IV

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 ASPIRANTE A CENTENARIO


En su infancia, había ganado premios en el colegio de Moulins, donde había nacido, y había sido coronado por mano del duque de Nivernais, a quien él llamaba duque de Nevers. Ni la Convención, ni la muerte de Luis XVI, ni Napoleón, ni la vuelta de los Borbones, nada había podido borrar el recuerdo de esta coronación. El duque de Nevers era para él la gran figura del siglo. «¡Qué gran señor, qué amable —decía—, qué bien le sentaba el cordón azul!». A los ojos del señor Gillenormand, Catalina II había reparado el crimen de la repartición de Polonia, comprando por tres mil rublos el secreto del elixir de oro a Bestuchef. Esto le entusiasmaba. «El elixir de oro —exclamaba—, la tintura amarilla de Bestuchef, las gotas del general Lamotte, valían en el siglo XVIII a un luis el frasco de media onza, el gran remedio contra las catástrofes del amor, la panacea contra Venus. Luis XV enviaba doscientos frascos al papa». Le hubieran exasperado y puesto fuera de sí si le hubieran dicho que el elixir de oro no era otra cosa que percloruro de hierro. El señor Gillenormand adoraba a los Borbones, y tenía horror a 1789; relataba sin cesar de qué modo se había salvado en el Terror, y cuánto ingenio y humor había necesitado para que no le cortasen la cabeza. Si algún joven se atrevía a hacer ante él un elogio de la República, se ponía azul y se irritaba hasta el desvanecimiento. Algunas veces, aludiendo a su edad de noventa años, decía: «Creo que no veré dos veces el noventa y tres». En otras ocasiones, decía que pensaba vivir cien años.

Los Miserables III: MariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora