I
LAS MINAS Y LOS MINEROS
Las sociedades humanas tienen todas lo que se llama en los teatros el foso. El suelo social está minado por todas partes, ya en favor del bien, ya en favor del mal. Estos trabajos se superponen. Hay las minas superiores y las minas inferiores. Hay un alto y un bajo en este oscuro subsuelo que se abre a veces bajo la civilización, y que nuestra indiferencia y nuestra dejadez pisan a cada momento. La Enciclopedia del siglo pasado era una mina casi a cielo abierto. Las tinieblas, esas sombras encubridoras del cristianismo primitivo, sólo esperan la ocasión propicia para hacer explosión bajo los Césares y para inundar el género humano de luz. Porque en las tinieblas sagradas hay luz latente. Los volcanes están llenos de una sombra capaz de arrojar llamas. Toda lava empieza por ser noche. Las catacumbas donde se dijo la primera misa no eran solamente la cueva de Roma, sino que eran también el subterráneo del mundo.
Hay bajo el edificio social, esta maravilla complicada de los sótanos de todo edificio grande, excavaciones de todas clases. Allí están la mina religiosa, la mina política, la mina económica, la mina revolucionaria. Unos cavan con el pico de la idea, otros con el número, otros con la cólera. Se llaman y se responden de una catacumba a otra. Las utopías caminan bajo tierra en las galerías y se ramifican en todos los sentidos. A veces se encuentran y fraternizan entre ellas. Jean-Jacques presta su pico a Diógenes, quien a su vez le presta su linterna. Algunas veces luchan. Calvino anda a la greña con Socino. Pero nada detiene ni interrumpe la tensión de todas estas energías hacia el fin, ni la vasta actividad simultánea que va y viene, sube y baja y vuelve a subir en aquellas oscuridades, y que transforma lentamente lo superior con lo inferior, el exterior con el interior; inmenso hormigueo desconocido. La sociedad apenas sospecha estas excavaciones, que al dejarle la superficie, le cambia las entrañas. Tantos pisos subterráneos suponen otros tantos trabajos diferentes y extracciones diversas. ¿Qué sale de todas estas profundas simas? El porvenir.
Cuanto más se ahonda, más misteriosos son los trabajadores. Hasta un grado que la filosofía social sabe reconocer, el trabajo es bueno; más allá de ese grado, es dudoso y mixto; más abajo, se convierte en terrible. A una cierta profundidad, las excavaciones ya no son penetrables para el espíritu de civilización, pues ha sido traspasado el límite respirable del hombre; un principio de monstruos es posible.
La escala descendente es extraña; cada uno de sus peldaños corresponde a un piso donde la filosofía puede asentar el pie, y donde se encuentra a uno de esos obreros, algunas veces divinos, otras veces deformes. Por debajo de Jean Huss está Lutero; por debajo de Lutero, está Descartes; por debajo de Descartes, está Voltaire; por debajo de Voltaire, está Condorcet; por debajo de Condorcet, está Robespierre; por debajo de Robespierre, está Marat; por debajo de Marat, está Babeuf. Y así se continúa. Más abajo, confusamente, en el límite que separa lo indistinto de lo invisible, se descubren otras sombras, que tal vez no existen aún. Los de ayer son espectros; los de mañana son larvas. La mirada del espíritu los distingue confusamente. El trabajo embrionario del porvenir es una de las visiones del filósofo.
¡Inaudito espectáculo! ¡Un mundo en el limbo, en estado de feto!
Saint-Simon, Owen, Fourier están también allí, en las simas laterales.
Realmente, aunque cierto encadenamiento divino, invisible, une entre sí, y sin saberlo ellos mismos, a todos estos pioneros subterráneos, que casi siempre se creen aislados y que no lo están, sus trabajos son muy diversos, y la luz de los unos contrasta con las llamaradas de los otros. Unos son paradisíacos, otros son trágicos. Empero, cualquiera que sea el contraste, todos estos trabajadores, desde el más alto al más nocturno, desde el más sabio hasta el más loco, tienen una similitud, y es ésta: el desinterés. Marat se olvida de sí mismo, como Jesús. Se dejan de lado a sí mismos, se omiten, no piensan ya en ellos. Ven algo más que ellos mismos. Tienen una mirada y esta mirada busca el absoluto. El primero tiene todo el cielo en sus ojos; el último, por enigmático que sea, tiene aún bajo el párpado la pálida claridad del infinito. Venerad de todos modos al que tiene por signo la pupila estrella.
La pupila sombra es otro signo.
En ella principia el mal. Delante del que no tiene mirada, meditad y temblad. El orden social tiene también sus mineros negros.
Hay un punto en que el ahondamiento es el enterramiento, y donde se apaga la luz.
Por debajo de todas estas minas que acabamos de indicar, por debajo de estas galerías, por debajo de todo este sistema venoso subterráneo del progreso y de la utopía, mucho más adentro en la tierra, aún más bajo que Marat y que Babeuf, más abajo, muchísimo más abajo y sin relación alguna con los pisos superiores, existe la última sima. Lugar formidable. Es lo que hemos denominado con el nombre de foso. Es la fosa de las tinieblas. Es la bodega de los ciegos. Inferi.
Este foso se comunica con los abismos.
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Los Miserables III: Marius
Tiểu thuyết Lịch sửEn esta tercera parte, aparecen nuevos personajes: Gavroche, hijo abandonado de los Thénardier, que encarna al pilluelo de París, y Marius Pontmercy, hijo del coronel de Waterloo, quien se une a un grupo de estudiantes republicanos y en sus paseos p...