VII

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 REGLA: NO RECIBIR A NADIE MÁS QUEPOR LA NOCHE


Tal era el señor Luc-Esprit Gillenormand, que aún no había perdido sus cabellos, más grises que blancos, y estaban siempre peinados en forma de orejas de perro. En suma, y por todo ello, era venerable.

Tenía algo del siglo XVII, era frívolo y grande.

En los primeros años de la Restauración, el señor Gillenormand, que era aún joven —no tenía más que setenta y cuatro años en 1814—, había vivido en el barrio Saint-Germain, en la calle Servadoni, cerca de Saint-Sulpice, y no se había retirado al Marais sino al salir del mundo, ya a los ochenta años cumplidos.

Y al salir del mundo, se había fortificado en sus costumbres. La principal y más invariable era tener la puerta absolutamente cerrada durante el día, y no abrirla a nadie más que por la noche. Comía a las cinco, y abría después la puerta. Era la moda de su siglo, y no quería oponerse a ella. «El día es la canalla —decía—, y no merece más que las puertas cerradas. Las gentes de posición encienden su espíritu cuando el cenit enciende sus estrellas». Y se cerraba para todo el mundo, aunque fuese para el rey. Vieja elegancia de su tiempo.

Los Miserables III: MariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora