SOLUS CUM SOLO, IN LOCO REMOTO, NON COGITABUNTUR ORARE PATER NOSTER
Marius, por más soñador que fuese, era, lo hemos dicho ya, una naturaleza firme y enérgica. Los hábitos de recogimiento solitario, desarrollando en él la simpatía y la compasión, habían disminuido tal vez la facultad de irritarse, pero habían dejado intacta la facultad de indignarse; tenía la benevolencia de un brahmán y la severidad de un juez; tenía piedad de un sapo, pero aplastaba a una víbora. Ahora bien, su mirada había penetrado en un nido de víboras; era un nido de monstruos el que tenía ante sus ojos.
—Es preciso aplastar a estos miserables —dijo.
Ninguno de los enigmas que él esperaba verse disipar se había esclarecido; por el contrario, tal vez se habían oscurecido más; no sabía nada más acerca de la bella niña del Luxemburgo y del hombre a quien llamaba el señor Leblanc, sino que Jondrette los conocía. A través de las tenebrosas palabras que había oído, sólo entreveía distintamente una cosa, y era que se preparaba una emboscada, una emboscada oscura pero terrible; que los dos corrían un gran peligro; la joven probablemente, el padre de seguro; que era preciso salvarlos; que era preciso deshacer las horribles combinaciones de los Jondrette y rasgar la tela de aquellas arañas.
Observó un momento a la Jondrette. Había sacado de un rincón un antiguo hornillo de hierro y andaba rebuscando entre sus bártulos.
Marius bajó de la cómoda lo más suavemente que pudo, procurando no hacer el menor ruido.
En su espanto por lo que se preparaba, y en el horror que los Jondrette le habían causado, sentía una especie de alegría ante la idea de que le sería dado prestar un gran servicio a la que amaba.
Pero ¿qué hacer? ¿Advertir a las personas amenazadas? ¿Dónde encontrarlas? Ignoraba su dirección. Habían reaparecido ante sus ojos un instante, y luego habíanse vuelto a hundir en las inmensas profundidades de París. ¿Esperar al señor Leblanc en la puerta por la tarde a las seis, en el momento en que llegara, y prevenirle de la trampa? Pero Jondrette y su gente le verían espiar, el lugar se hallaba desierto, serían más fuertes que él, encontrarían medio de cogerle o de alejarle, y aquel a quien Marius quería salvar estaría perdido. Acababa de dar la una, la emboscada no debía tener lugar hasta las seis. Marius tenía ante sí cinco horas.
No le quedaba más que una cosa que hacer.
Púsose su chaqueta presentable, atose un pañuelo al cuello, cogió su sombrero y salió sin hacer más ruido que si hubiese caminado sobre musgo con los pies desnudos.
Mientras tanto, la Jondrette continuaba revolviendo sus chismes.
Una vez fuera de la casa, ganó la calle del Petit-Banquier.
Iba como a mitad de esta calle, cerca de una tapia muy baja, que se podía saltar en ciertos sitios y que daba a un solar; caminaba lentamente, pensativo; la nieve amortiguaba el ruido de sus pasos; de repente oyó voces que hablaban muy cerca de él. Volvió la cabeza; la calle estaba desierta, no había nadie en ella; se encontraba en pleno día, y no obstante se oían distintamente dos voces.
Se le ocurrió la idea de mirar por encima de la pared.
Había allí, en efecto, dos hombres adosados a la muralla, sentados en la nieve y hablando bajo.
Aquellas dos figuras le resultaban desconocidas. Uno era un hombre barbudo con blusa, y el otro un hombre melenudo y harapiento. El de la barba llevaba un gorro griego, el otro la cabeza desnuda, y nieve en los cabellos.
Avanzando la cabeza, Marius podía oír.
El melenudo empujaba al otro con el codo y decía:
—Con Patron-Minette, la cosa no puede fallar.
—¿Tú crees? —preguntó el barbudo.
Y el otro dijo:
—Siempre dará para cada uno una cuenta de quinientos machos, y lo peor que puede suceder son cinco años, seis, diez a lo más.
El otro respondió con cierta vacilación, y rascándose bajo su gorro griego:
—Esto es algo positivo, y no se debe ir en busca de esas cosas.
—Te digo que el asunto no puede fallar —prosiguió el melenudo—, desataremos la culebra.
Luego se pusieron a hablar de un melodrama que habían visto la víspera en la Gaîté.
Marius continuó su camino.
Le parecía que las oscuras palabras de aquellos dos hombres, tan extrañamente ocultos detrás de aquel muro y agachados en la nieve, no dejaban tal vez de tener alguna relación con los abominables proyectos de Jondrette. Éste debía ser «el asunto».
Se dirigió hacia el arrabal Saint-Marceau y en la primera tienda que encontró preguntó dónde había una comisaría de policía.
Le indicaron la calle Pontoise y el número 14.
Marius se dirigió allí.
Al pasar ante una panadería, compró un pan de dos sueldos y se lo comió, previendo que no comería más aquel día.
Mientras andaba, hizo justicia a la Providencia. Pensó que si no hubiera dado por la mañana los cinco francos a la chica Jondrette, habría seguido el coche del señor Leblanc y, en consecuencia, lo habría ignorado todo, nada habría obstaculizado la celada de los Jondrette, y el señor Leblanc estaría perdido, y sin duda alguna su hija con él.
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Los Miserables III: Marius
Historical FictionEn esta tercera parte, aparecen nuevos personajes: Gavroche, hijo abandonado de los Thénardier, que encarna al pilluelo de París, y Marius Pontmercy, hijo del coronel de Waterloo, quien se une a un grupo de estudiantes republicanos y en sus paseos p...