Nada es para siempre

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El ciclo mañanero se repite junto al rechinante sonido que ayuda mis despertares.

Solo al salir de la suavidad y calentura de las gruesas sábanas que cubrían mi cuerpo, siento como una corriente de aire, proveniente de una ventana mal cerrada en mi habitación, hela mis huesos y se lleva con sigo todo aquel rastro de ganas y entusiasmo por ir a clases.

Mi amor por los días fríos se basa en la creación de la perfecta excusa, que esta da, para quedarse enredado en la cama, con una taza de chocolate y un buen libro a la mano.

Esos pensamientos hacen que divague en la posibilidad de hacer mis sueños realidad, pero no creo muy coherente la idea de que mi madre me permita hacer algo así.

Un pantalón azul claro, suelto de las rodillas hacia abajo y un jersey gris, que me queda algo grande, son las prendas elegidas para acompañarme durante aquel día tan frío.

Me detengo en el segundo escalón, cerrando mis ojos, ya lo suficientemente conforme con la imagen que me refleja, en el espejo.

El inconfundible olor de su té favorito y las bajas melodías casi inaudibles del viejo tocadiscos de mi madre, me indican de cierta manera su estado de ánimo, no está completamente feliz, pero tampoco alcanza la tristeza, apostaría que está dolida por algo o está molesta/frustrada con ella misma.

Si estoy en lo correcto, supondría también, que la discusión, problema o diferencia que tuvo con Mark anoche, no acabo bien.

Y al llegar abajo, la ausencia de este confirma mi sospecha.

Los marrones ojos de madre me reciben al entrar a la cocina, escurtan cada espacio de mi buscando algo que no comprendí en aquel momento.

—Sabes que te quiero, ¿verdad?

Su pregunta me sorprende, en realidad, no es el contenido de esta lo que lo hace, sino el tono que uso para expresarla.

—Sí... Sabes que yo te quiero, ¿verdad?

—Sí.— dice contra mi cabello recogido en una coleta alta y desalineada, sus brazos me estrujaron de imprevisto, durante algunos minutos en los que no me atreví a resoplar, parecía necesitarlo con urgencia y no era nadie para impedírselo.

Una pequeña lágrima corrió por su mejilla huyendo de sus ojos llenos.

No pregunté, no hable, no demostré ningún tipo de señal que cualquiera, en una situación así, habría presentado, ella no quería eso.

Ignore el dolor en mi pecho.

Hoy no era un buen día.

Pero ambas nos obligabamos a fingir que no compartíamos una mirada triste de ojos cansados, que ocultabamos con una, muy bien, elaborada, sonrisa.

«—Si enchinas un poco los ojos y bajas las cejas mientras lo haces, es mucho más creíble»

Las salidas a correr por las mañanas se cancelaron debido al poco ánimo de los participantes. Así que la llegada de Jacob justo después de terminas mi desayuno en completo silencio, no nos sorprendió en lo absoluto.

Al abrir la puerta principal todo rastro de tristeza y melancolía, es arrastrada por el viento, dejando a su paso sonrisas falsas y conversaciones triviales llenas de emoción y efusividad.

No me gusta hacer esto, pero arrastrar a las personas que quieres a tus problemas no es lo más caritativo que puedas hacer.

—... raro, juro que quiero salir a correr contigo en las mañanas, pero mi ojos no se abren...— apenas escucho la última parte lo que dice Jacob.

El Que Se Enamore Pierde [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora