Doce

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Julian Keller



Pasaron algunos días luego del desafortunado encuentro entre Dirk y Jen en mi casa, un evento poco memorable y que me dejó un terrible mal gusto en la boca. Siendo que la boda estaba a solo un par de días, el palacio de Dirk estaba sumido en el mismo caos que habitaba mi hogar. Floristas aun preguntando sobre ramos y flores que no se pudieron conseguir por las lluvias pasadas; el menú de la cena aún no estaba decidido y el chef parecía estar enloqueciendo por ello. Sin embargo, Dirk no le prestaba atención a nada de eso y dejaba todo en manos del organizador de la boda y de mí mismo.

Esa mañana mi padre me llevó con la intención que finiquitara todos aquellos asuntos de la boda. Así que me quedé en el salón y empecé a revisar aquella lista de cosas. Desafortunadamente, Daniel no pudo acompañarme para hacer menos largo mi suplicio. Dijo que tenía una..., cita con el Marqués de Cervantes, algo que casi me provoca un infarto. Pero ese hombre parecía un caballero, si no teníamos en cuenta su amistad con Bauer y que ello no era garantía de mucho prestigio. El marqués le llevaba flores y chocolates del extranjero, le enseñaba mapas de sus viajes y recuerdos de aquellas tierras lejanas. La madre de Daniel me contaba sobre las visitas y charlas, y lo mucho que la idea les entusiasmaba. Un marqués era un excelente título, pero yo temía que Daniel estuviese aferrándose a algo que yo sin querer le quité. Dirk Bauer era y tal vez siempre sería su amor platónico, y deshacerse de ese sentimiento tomaría mucho tiempo que quizás el Marqués no tenía.

El planeador estaba a mi lado en ese salón de té, recordándome que mi boda no se trataba de una fiesta de gitanos sino un evento de la realeza. ¿Qué tenía de malo que quisiera celebrarla en el campo y no en un frío salón de baile? Según él, todo. En sus palabras, mi idea de la boda era como la de unos vulgares gitanos, y la de un rey debía ser el derroche de poder y riqueza. Yo, sin embargo, no le veía inconveniente a danzar alrededor de una hoguera con los pies descalzos. Era entretenido y quizás lograra que Bauer se me uniera, o se enfadara por mi falta de propiedad.

—Los músicos llegarán dos días antes de la boda, y se marcharán poco después, así que se ha contratado habitaciones en el hotel más caro de la ciudad para ellos.

—¿Será música alegre?

—Clásicos —corrigió él con los dientes apretados.

Oh, no, música para dormir ancianos.

—Quiero música alegre para bailar..., con mi prometido —me vi obligado a añadir—. Algo menos..., serio.

—Es la música de moda ahora —replicó—. Además, el protocolo no permite ese tipo de escándalos.

Resoplé.

—Por favor, intente conseguir algo de música alegre. No quiero que mi boda se convierta en un velorio.

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