Seis

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Dirk Bauer




El baile de las farolas era una tradición del Reino desde hace casi cien años cuando empezaron a realizarse los bailes en el palacio. Consistía en una danza armoniosa que llevaban a cabo las mujeres y donceles que se presentaban disponibles para el matrimonio. Como un escaparate en el cual los hombres escogían un traje bonito que llevarse a casa. La orquesta los acompañaba mientras se deslizaban entre las luces de las farolas del salón que eran la única iluminación del momento. Se movían grácilmente entre telas transparentes y coloridas que hacían del espectáculo uno muy sugerente. El sonido de los violines era exquisito y se mezclaba con la elegancia del violonchelo y el piano.

En ese grupo de bailarines estaban Julian y Daniel, el joven amigo de Keller a quien yo había visto muy pocas veces en palacio, y unas cuantas más en casa de Albert. Debo decir que, entre los dos, Daniel era el más racional. Era un doncel precioso y encantador, de buenos modales y un excelente partido como esposo. Le auguraba un buen futuro a lado de un buen noble. Y siempre me pregunté qué hacía esa criatura tan dulce e inocente junto a Julian.

No obstante, debía admitir que Julian me parecía más hermoso, aún con toda esa bravura que reverberaba en su pecho.

Esa noche lucía precioso, aunque me quemara los labios el admitirlo.

Llevaba una camisa de moño largo color blanco, unos pantalones ajustados color borgoña y zapatos del mismo color con gemas incrustadas al frente. Sobre sus hombros se cernía una ligera capa negra con bordados maravillosos. Y sobre su cabello rubio llevaba una diadema brillante.

Mis ojos se mantuvieron en él mientras danzaba. Lo hacía muy bien.

Bamboleaba sus caderas de forma casi impúdica, y sus manos aferradas a las telas se movían de un lado a otro formando torbellinos en el aire. Sus ojos estaban cerrados y se notaba lo mucho que disfrutaba del baile. Me gustó verlo así.

—Me preocupa —me dijo Albert quien estaba apostado a un lado mío—. Ya he recibido un par de ofertas tentativas de caballeros que quieren desposar a mi hijo, pero... Oh, Señor, ¿qué haré con este hijo mío?

—Debes ser muy cuidadoso, cualquier hombre puede ser un buen partido, pero si le disgusta la verdad de tu hijo, el escándalo se desatará.

—Me encantaría desposarlo con alguien de mi confianza, alguien que ya conozca a Julian y con quien pueda al menos tener una amistad.

Enarqué la ceja.

Si no confiara tanto en Albert, casi juraría que me estaba sugiriendo a mí. 

De hecho, conocía a Julian desde hacía años, nos llevábamos lo suficiente como para tolerarnos (aunque podíamos intentar matarnos durante los primeros meses de vida conyugal), y conocía ya esos secretos de Julian que a cualquier persona asustaría.

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