Treinta y cuatro

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Julian Keller

Los sirvientes calentaron agua para nuestra tina, y fue muy penoso decirles que íbamos a bañarnos juntos después de lo que había pasado. Dirk estaba sentado en el sofá de la pequeña salita frente a la cama leyendo una carta que había llegado durante la fiesta. Yo recibí la ayuda de mis sirvientas para quitarme tanta ropa. Nunca festejé tanto verme desnudo frente a mi marido.

El frío caló mi piel y me sacó un jadeo que llamó la atención de Dirk. Su mirada fuerte y penetrante recorrió hasta el más insignificante trozo de piel expuesta que yo trataba de ocultar con la bata de seda blanca.

Él se apretó el puente de la nariz, arrugó el entrecejo y cerró los ojos.

Me sentí muy incómodo por su reacción al verme casi desnudo. Recordé en ese momento que a Dirk Bauer mi cuerpo siempre le pareció poco atractivo y que solía llamarme patito feo.

... De todas formas, no tenía que gustarle...

Me arropé con la bata por vergüenza y corrí al baño donde me encerré. Al final, creo que no íbamos a tener ese momento a solas en la bañera.

Suspirando, me deshice de la bata y admiré mi pequeño vientre abultado. Mi bebé estaba sano, aunque me provocaba los más alocados antojos a horas terribles. Dirk no lo sabía puesto que habíamos estado separados los últimos días, y esperaba que ahora no le molestara mi estado.

—Dioses, me volverás loco —escuché un quejido a mi espalda.

De un salto sorpresivo me di vuelta y encaré a mi marido que estaba tan desnudo como yo mismo, pero la vergüenza de verlo así, solo fue superada por mi propia carencia de ropa. Inmediatamente le cubrí los ojos con mis manos, como si antes no me hubiese visto desnudo ya.

—¿Qué haces aquí?

—Dijimos que tomaríamos un baño juntos —respondió suavemente y no se inmutó ni un poco de que yo le estuviera privando de la vista.

—... Yo creí que tú..., pensé que cambiaste de opinión.

—¿Por qué sería así?

Por supuesto, mi orgullo y dignidad no me permitieron decirle que era porque él no encontraba atractiva mi figura. Eso me lo reservaba para lamentarme después.

—Julian, ¿por qué no me dejas verte?

Fue cuando sus manos tocaron las mías y con lentitud agonizante las bajaron. Su mirada oscura se mantuvo sobre mi rostro, tal cual estuviese esperando mi respuesta para ver más allá de lo que le permitía en ese momento.

Yo, por otro lado, di gracias a mi poca visión porque así no distinguía el miembro de Dirk erguido entre sus piernas. Ni siquiera me atreví a dar una mirada más profunda.

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