Once

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Julian Keller


Esa mañana de sábado mi casa estaba envuelta en un pequeño frenesí. Las sirvientas iban y venían del despacho de mi padre donde él y yo nos encontrábamos, preguntaban sobre el color de los manteles o incluso de cosas tan tontas como cuántos brillantes debería llevar el broche de mi padre para su traje. Yo ya ni siquiera prestaba atención. Pero debía admitir que planear una boda, aun cuando la mayoría de cosas se preparaban en la mansión Bauer, era complicado. Había escogido ya las flores que adornarían mi camino al altar, las farolas y los listones de colores suaves, también el menú al que, maliciosamente, le incluí un postre de crema, moras silvestres y hojaldre. Dirk odiaba las moras silvestres, casi como odiaba todo lo demás.

Cuando vi a otra sirvienta entrar con un listado interminable de cosas por decidir, refunfuñé y me puse en pie.

—Saldré a tomar aire.

Mi padre asintió vagamente siendo que no les despegaba la vista a los documentos entre sus manos, era algo sobre mi dote, según sé.

Salí y por el primer escalón hacia el jardín que vi, descendí. Amaba que mi hogar se encontrara alejado de la ciudad, amaba el campo y su tranquilidad, especialmente porque tenía tantos recuerdos ahí de mi madre correteando conmigo en la primavera. No podía imaginarme viviendo en una pequeña casa en la ciudad, copada del ruido de los mercadillos y de la gente.

Eso tenía en común con Bauer. Él pensaba igual que yo.

Me recosté en el mullido sofá bajo un parasol y solté un gemido. Cerré los ojos y me dejé llevar por segundos de esa maravillosa paz que me rondaba. Sumido en mi letargo, escuché el sonido insistente de la hierba siendo pisada y un par de ramas crujientes. Abrí los ojos suavemente y me encontré con Jen.

Oh, mi Jen.

Su linda tez morena siempre me parecía apetecible.

Me saludó con una gran sonrisa y se sentó junto a mí. Me enderecé y entonces pude ver lo que traía entre sus manos. Una pequeña caja de bombones.

—Jen —gimoteé.

—He querido verte desde hace días, pero me temo que siempre está el rey a tu alrededor.

—Es una desventaja que la mayor parte de mi tiempo me la pase en ese castillo.

—Son para ti.

Tomé la caja y los abría, el aroma del chocolate me produjo un gran placer y casi podía saborearlo entre mis labios.

—Vine a verte y a saludar a nuestro hijo.

Su mano caliente tocó mi vientre aún plano y una nueva emoción sacudió mi corazón.

—¿Estás bien? —me preguntó—. He oído que en los primeros meses..., bueno, el embarazo es más complicado.

—Hasta ahora solo tengo mareos y algo de nauseas matutinas, pero sí, algunas cosas irán empeorando y otras no.

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