Siete

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León de Cervantes




Sacudí la cabeza. ¿Cómo había dicho Dirk?, ¿matrimonio? Aunque yo mismo le sugería la idea hace poco, pero ante su fuerte renuencia, no creí que fuera a hacerlo en algún punto de su vida. Y ahora..., él se casaría incluso más pronto que yo.

Pero a pesar de sus imágenes ahí en medio del salón luego del anuncio, mis ojos se desplazaron a una ligera figura a pocos metros de ellos. Un doncel pequeño y hermoso cuyos ojos avellana perdieron su brillo ante esas palabras que a mí me sorprendieron. Él quería llorar, lo supe solo de verlo así de triste, y en medio de la conmoción salió del salón por el sendero de rosas, el camino que llevaba a los árboles de pino.

Por mero instinto, o quizás por una necia curiosidad, lo seguí.

Una vez fuera, él se derrumbó. Lloró y gimoteó con hondo dolor que ni yo ni mis deducciones esperábamos. Se apoyó en una baranda blanca labrada en piedra, y con la otra mano se cubrió la boca.

Su traje lustroso y brillante parecía haberse opacado igual que su mirada y, suponía yo, su corazón.

Lo miré desde lejos y lo escuché maldecir como sus labios brillantes no debería.

—¿Por qué? —susurraba una y otra vez—. ¿Ellos..., por qué? ¡Por qué! ¿Por qué ellos..., cuando yo lo amo?

Caminó más lejos internándose entre la espesa arboleda mientras yo lo seguía sigilosamente. Dejamos atrás el barullo de la fiesta y su calor, fue cuando lo vi caer de rodillas sobre el pasto deshaciéndose en más llanto.

—Yo lo quiero... Ansiaba convertirme en su esposo y- —ahogó un chillido con la mano—. Oh, Dios, ayúdame.

—Tu traje es demasiado hermoso como para mancharse con la suciedad del pasto —hablé sin querer.

El se dio vuelta casi de un saltó y esos orbes avellana se enfrentaron a los míos. Se puso colorado, no supe si por la vergüenza o la rabia de haber sido atrapado en momento tan íntimo.

—Usted..., ¿qué hace aquí? ¡Váyase!

—Te vi..., y creí que necesitabas ayuda.

—Es un momento íntimo —bisbiseó recorriéndome con la mirada—. No tiene nada que hacer aquí. Largo.

—Para ser un doncel, eres demasiado respondón —comenté con gracia y me acuclillé frente a él—. Deberías ser más dócil, más sereno y-

—¿De qué me ha servido serlo? —replicó rompiendo en llanto una vez más—. El hombre que quiero se ha comprometido con otra persona.

—Los compromisos son transacciones en su mayoría, y carecen del romance que estás buscando.

—Eso no es cierto. —Frunció los labios al hablar y yo solo pude pensar que esos labios se verían muy bien alrededor de mi polla, succionándola—. Mis padres se casaron por amor.

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