Cuarenta y dos

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Julian Keller

Aún entre sus brazos, no se sentía real.

Aún contra sus labios, sentía el amargo sabor de la tragedia.

Pero era solo yo.

Estaba tan asustado que me era imposible pensar en otra cosa.

Su voz, sin embargo, me traía de regreso a la realidad. "He ganado, por ti".

Mi cuerpo había dejado de temblar, no así mi corazón. Mi voz estaba casi muerta, saliendo apenas como un leve jadeo. Aun así, no necesitaba hablar.

Ya no hay esa sombra acechándonos, ni el temor de que el demonio se acerque.

Pero todavía siento un vacío en mi vientre, ahí donde debería estar mi bebé.

Duele el recordarlo; duele cuando me toco; duele cuando recuerdo todo lo que para él imaginé.

Me digo a mí mismo que puedo seguir adelante, que puedo tener a mi bebé..., pero siempre sentiré que falta alguien.

Ahora el paisaje es diferente. Brilla y es verde, del color de la esperanza.

Habíamos ganado

El reino había cambiado.

Nuevas casas enormes, un mercadillo más grande en la plaza, y sonrisas en los rostros de las personas.

Aunque todavía se sentía extraño luego de varias semanas, hacía todo lo posible por alejar de mi memoria aquellos momentos dolorosamente oscuros.

Para reformar el reino, Dirk estuvo tan ocupado que no tuvo tiempo de regresar a casa. A veces, cuando lo hacía, llegaba muy en la noche y se sentaba en la cama a verme. Lo descubrí esta noche.

—Has vuelto —murmuré con la voz adormilada, melosa.

—Lamento despertarte —dijo, pero su tono fue apagado y preocupante.

—¿Qué ocurre?

—... Estás triste.

Y yo no supe contestarle. Mi cuerpo se congeló y mi boca enmudeció. Solo lo miré en medio de la penumbra. Su figura frente a la tenue luz de la luna no me decía nada más que él estaba frente a mí; sin embargo, no alcanzaba a ver su rostro. Su voz, por otro lado, me decía que estaba acongojado.

—Lo has estado desde hace tiempo.

Y quiso decir que había estado así desde que perdí a nuestro hijo. Era inevitable, no obstante, que mi reacción inmediata fuera esa. Estaba asustado y destrozado. Cada noche me llevaba en una nube a aquel momento, a aquel baile con Jen, a repasar sus gentilezas y su perspicacia. La pesadilla terminaba con ese té..., aquel que nunca debí beber. Pero ¿cómo saberlo cuando creía que era Dirk?

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