Treinta y tres

387 51 73
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Dirk Bauer


El baile dio inicio bajo un suave vals ordenado que guiaba los pasos de los bailarines, cada uno más coordinado que el otro. Se suponía que Julian y yo nos uniríamos a la mitad de la pieza, justo al centro. Era, de hecho, una coreografía tradicional utilizada para presentar a los reyes en el solsticio de otoño. Julian se adentraría en la pista de baile justo bajando por donde nuestros tronos estaban, y yo debía alcanzarlo desde la dirección contraria. Pero nosotros estábamos tan distanciados. Julian no era capaz de mirarme a los ojos. Estaba enojado y lastimado por mis acciones, unas que yo creía justas.

Por unos breves segundos, agradecía encontrarme en ese momento tan lejos de ese gato montés de uñas afiladas, me daba tiempo para respirar en tranquilidad.

Después de todo, yo era el más ofendido ahí. Julian me había traicionado de una forma repugnante e insistía en pasar por un manso cordero cuando en sus entrañas solo hervía la maldad de un demonio. No, yo era demasiado terco como para permitir algo como eso y había entrado en su juego para que probara la hiel por su propia mano.

Aun así, debía confesar que no me sentía a gusto. Era un sabor agridulce el que corría por mi garganta cuando lo veía.

—¿Puedo tener unas palabras con usted, alteza?

Asentí, y di solo un paso hacia atrás donde nadie nos escucharía a Albert y a mí. Aún faltaba mucho para llegar al clímax de la pieza.

—Sé de la situación que los atormenta —me dijo con calma, pero mucha frialdad—. Ha sido algo muy desafortunado.

—¿Desafortunado? —jadeé yo—. Entiendo que hayas criado a tu hijo, Albert, con mano blanda y que hayas cumplido todos sus caprichos, pero yo no soy ni pretendo ser como tú. Julian no necesita alguien que lo mime, sino alguien que le enseñe las consecuencias de sus acciones.

—¿De qué acciones? Julian no ha cometido pecado alguno, si acaso, ser muy confiado.

—Él se vio con Lehmann y-

—Y nada. No pasó nada más, alteza —enfatizó—. Comprendo su disgusto, yo mismo me avergüenzo de cómo puede ser mi hijo a veces, pero esta vez no ha hecho nada malo como para merecer su desprecio.

—Tal vez tenemos formas muy diferentes de ver la traición.

—... Cuando le hablé sobre el problema de mi hijo y de su condición, no lo hice pensando en nublar su juicio como para que le propusiera matrimonio. Fue usted quien me lo sugirió y yo accedí únicamente porque lo conozco. Confié en que cuidaría de mi hijo como nadie más, que lo ayudaría a entender muchas cosas que por ser tan joven no veía, y que lo trataría con respeto. No pedí más. Para mí, un hombre que lo conoce desde la cuna, alteza, es imposible pedirle que ame o si quiera aprecie a Julian. Si no ha habido cariño entre ustedes durante todos estos años que han compartido..., no esperé que lo hubiera en su matrimonio —suspiró—. Le confié a mi hijo, alteza, y empiezo a creer que me equivoqué al hacerlo.

TYRANTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora