Cinco

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Dirk Bauer




Era la noche del veinte de junio y en medio del salón de mi castillo se alzaba la reunión más esperada de la temporada

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Era la noche del veinte de junio y en medio del salón de mi castillo se alzaba la reunión más esperada de la temporada. El Baile de las Farolas era un evento para la aristocracia del reino donde solo la realeza y la nobleza estaban invitados, aunque ello no impedía que en las calles de Crest, como en muchos otros pequeños pueblos, se festejara de igual forma. Ese baile era imprescindible para los cortejos a las damas y donceles que ese año ansiaban encontrar marido. No que a mí me placiera mucho la fiesta y el bullicio que iba de la mano, pero mis difuntos abuelos lo convirtieron en una tradición hace varias décadas que fue reproducida por mis padres y ahora por mí.

Esa ala de la casa fue preparada desde la noche anterior cuando las finas telas que adornarían los pilares labrados en piedra, las farolas que serían colgadas la mañana siguiente en cada rincón, adentro y afuera, en el jardín iluminado por antorchas.

Durante la mañana lo único que podía escuchar desde mi despacho era el repiqueteo de tacones y zapatos que raspaban el piso por donde pasaban. Los cocineros llegaron temprano y empezaron a preparar el banquete que se serviría al anochecer.

Cerca del mediodía recibí la visita de algunos miembros de la corte. Los recibí en la biblioteca para escapar del ruido.

—Su alteza, la corte ha reflexionado sobre esta época y sobre su actual situación.

Y por supuesto yo ya sabía de lo que se trataba todo aquello. Hace un par de años intentaron lo mismo y fue tan fuerte mi reprimenda que se abstuvieron de hacer ese tipo de comentarios otra vez, hasta ahora.

—Ya he escuchado de ello, pero lamento informarles que mi respuesta no ha cambiado.

—Usted debe entender, su alteza, que su edad implica una mayor responsabilidad con su reino al que le debe un heredero. El reino espera conocer a su descendencia pronto para asegurar el linaje.

—Albert —llamé a ese viejo hombre en quien yo confiaba ciegamente—. ¿Estás de acuerdo que para ser un buen rey debo estar casado y tener hijos?

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