Treinta y nueve

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Julian Keller

Esa mañana desperté bajo la suave caricia de los dedos de mi marido. Desde mis huesudos hombros salpicados de café, hasta el ángulo de mis codos, y luego bajando hacia mis manos. Su tacto era suave, pero en mi sensible piel causaba espasmos que me hacían temblar.

—Eres demasiado hermoso cuando duermes. Tienes una serenidad que envidio —me dijo una vez que logré abrir los ojos y vencer el sueño.

Salió de la cama y trajo hacia mí una bandeja de madera pulida. Jugo de uva fresca, tostadas con mermelada, café caliente para esa friolenta mañana otoñal, y fruta picada.

Dirk acomodó la comida en mi regazo y me permitió desayunar bajo su atenta mirada.

—Hoy estaré ocupado —me dijo—. Se han suscitado algunos inconvenientes en la frontera que debo atender.

—¿Inconvenientes?

—Aparentemente mi hermano es miembro de ese grupo de traidores —señaló dando un fuerte resoplido. Se veía angustiado, poco preocupado por su hermano, pero sí muy consternado por las repercusiones de sus actos—. Lo atraparon al salir de una de las reuniones que mantienen ilícitamente en una choza cerca del poblado fronterizo.

—¿Acaso podría ser él el líder? Tiene mucha influencia en ciertos círculos, y tiene el dinero suficiente como para orquestar un ataque semejante.

—No creo que lo sea..., por que entonces, no se habría dejado atrapar.

—¿Cómo dices?

—Lo que oyes, toppo. Mi hermano fue un señuelo para que el verdadero líder escapara. Funcionó muy bien —refunfuñó con molestia.

Estaba molesto, podía incluso olerlo, y ello me llevaba a preguntarme si acaso no conocía ya la identidad del traidor, si no sabía algo que-

—Él vino hacia nosotros.

Mi sangre se heló, y por un breve instante sentí las ganas abrumadoras de vomitar.

—Cortó el puente colgante que comunica esos poblados con esta región luego de cruzar. Debió llegar aquí en un día, pero sin ese puente, el ejército tardará más de dos días en alcanzarnos.

—¿Estamos en peligro?

Aunque fue tonto de mi parte preguntarlo. Solo por un verdadero milagro aquel traidor no vendría por nosotros cuando éramos blancos fáciles. Presas servidas ante un voraz depredador.

Lo más temible era que entonces nadie podría ayudarnos.

Yo sabía que Dirk haría lo que fuera necesario para salvarnos a mí y a nuestro hijo, pero, ¿y él?, ¿qué ocurriría con mi esposo?

A pesar de la presencia de guardias en el chalet, ellos no serían rival para un hombre que había demostrado la astucia suficiente como para burlar a la justicia y a los militares. Se ocultó tan bien entre la sociedad que no fue detectado sino hasta que fue muy tarde. Lo peor de ello era que aún no sabíamos quién era ese traidor.

TYRANTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora