Diez

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Julian Keller

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Julian Keller

Pasaron varios días luego del baile y de mi sorpresivo anuncio de compromiso. Aunque intenté disuadir a mi padre, todo fue en vano cuando él ya había tomado una decisión. Creía fervientemente que Dirk Bauer era el mejor marido para mí. Yo lo dudaba. Él era exasperante y poco cuidadoso, egocéntrico y manipulador. Era un villano total. Y, a pesar de no ser yo un santo, sí avizoraba un futuro oscuro a su lado. Temía de ese matrimonio.

Como ya era costumbre para mí, fui llevado cada mañana al palacio para mantener encuentros pequeños con Bauer, como si su simple presencia no fuera tormentosa. En un pequeño salón de té sin puertas que nos ocultaran del mundo nos reuníamos. Él llevaba a esos encuentros los papeles que aún no había leído o algún libro que lo distrajera de mi intento de conversación. Y yo estaba ya harto.

—Eres demasiado aburrido, Bauer. ¿Cómo pretendes que mantengamos un matrimonio medianamente decente si moriremos del aburrimiento a la semana?

Él no levantó los ojos de sus papeles, pero tuvo la amabilidad de contestarme:

—No quiero que mantengamos ningún matrimonio decente porque, en confianza, ninguno de los dos lo somos.

Fruncí los labios.

—Eso es muy grosero. Lo que yo hice-

—No hablo de tus actos poco decorosos, Julian, sino de tu trato hacia mí. ¿Sabías que mi padre, el rey, jamás permitió que su esposa lo llamara de otra forma sino 'Su Majestad'?

—Es frío e impersonal. No se puede mantener un matrimonio de esa forma.

—Un poco, pero práctico. Deberías hacerlo, así demostrarías el respeto que aparentemente no me tienes.

Entonces alzó la mirada y me vio con esos azules ojos que siempre me han gustado. Eran, quizás, la mejor parte de él.

—No soy hipócrita, Bauer. Ambos sabemos que para que yo te llame de esa forma, debería estar o ebrio o enloquecido.

—Lo primero no es propio de un doncel, pero lo segundo..., yo me pregunto si tienes algún problema en esa cabeza tuya.

Bufé.

Mi cabeza estaba muy bien, quizás llena de muchas historias románticas que para la mayoría de la sociedad conformaban una terrible enfermedad, pero no tenía defecto alguno soñar con un hombre de poderoso corazón y gallardía sin límites que fuese..., un príncipe azul. Yo vi eso en Jen.

—Tengo varios problemas, pero nada muy grave —me burlé yo.

—Sí, eso me temo. Pero tus problemas deberás esperar hasta dentro de veinte días.

—¿Veinte días?

—Nos casaremos dentro de veinte días. De hecho, creo que deberías empezar a prepararlo todo —me dijo, pero ni siquiera se inmutó.

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