Veinte y tres

366 45 13
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Dirk Bauer


Finalmente, el tormentoso bastardo de mi padre se había marchado. No puedo expresar con palabras el fortísimo sentimiento de alegría que me embargó cuando lo vi con sus maletas en la salida de la casa. Fue gratificante.

—Creí que tu lindo esposo no se levantaría hoy luego de... —Sonrió burlescamente—. Son ruidosos y él..., es como una p-

—No te atrevas a terminar esa frase a menos que quieras salir de aquí con un disparo en la frente. Recuerda que aún soy tu rey, por mucho que te repugne la idea, y que Julian es tu rey igual. Le debes respeto, aunque sea solo una tonta actuación de tu parte. Vete.

Él realmente había creído esa treta montada por Julian. Yo aún no comprendía cómo dejé que ese pequeño embustero me manipulara para pasar alrededor de una hora golpeando la cama contra la pared mientras veía a Julian soltar endemoniados gemidos y gritos. Ese muchacho era el desvergonzado más grande del mundo.

Se reía de vez en cuando mientras comía fresas bañadas en dulce ganache de chocolate. Y era inconcebible esa imagen tan risueña con los sonidos obscenos que dejaba salir.

Mi esposo estaba enloquecido.

Dos noches más tarde, nos encontrábamos en el salón de nuestra recámara donde una chimenea encendida nos abrigaba el cuerpo. Los mullidos almohadones nos recibieron en el piso, frente a una pequeña bandeja de vino y leche caliente, junto a pequeños aperitivos que Julian le exigió a la cocinera. Su embarazo, o al menos sus síntomas, habían empezado a notarse. Los mareos en las mañanas eran constantes, así como las ganas de vomitar que terminaban por despertarme a mí también.

Apoyado contra el sofá, mis ojos se enfrascaron en la lectura. Nunca fui un ávido lector de las novelas románticas como Julian, pero encontraba fascinantes las batallas épicas.

Julian se sentó a mi lado.

Oh, por los Dioses benditos.

¿Cómo ese muchachito podía venir frente a mí solo con un camisón que no le cubría en absoluto?, ¿acaso intentaba tentarme?

No sabía desde cuándo o cómo, pero tenía una fortísima necesidad sexual por mi esposo.

Y necesitaba desfogarla.

—Hoy ha sido tan cansado. Mis piernas están entumecidas —se quejó e inevitablemente mi vista se movió hacia sus piernas desnudas. Tersas y blanquecinas.

—Deberías ir a dormir, entonces.

—Te acompañaré.

Tomó un libro de la mesita junto a él. Bufé.

—¿Qué?

—¿Leerás una novela erótica mientras estás a mi lado?, ¿no es eso un poco impropio?

TYRANTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora