Veinte y cinco

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Daniel Lester

Habían sido semanas muy duras. Mi carabina no dejó de recordarme mi error y sus consecuencias, cada vez en un tono más grosero. Mis padres, que seguían esa misma línea, insistían en un matrimonio apresurado con el Marqués para salvar mi honra.

León era encantador, apuesto y galante, y tenía un millón de historias que entretenían nuestras tardes en el salón de ajedrez frente al rosal de mi madre. Era, además, un hombre con una sexualidad atrayente que aparecía en mis sueños nocturnos de la forma más indecorosa.

A pesar de todo eso, yo seguía enamorado de Dirk Bauer.

Y el resultado de ese mes lleno de conflictos, recriminaciones y..., sentimientos, hicieron de mi humor y de mis hormonas una tormenta horrible.

Cuando volvía a ver a Julian, él rebosaba de dicha, y ni siquiera tuvo que decírmelo, pero yo sabía que habían pasado muchas cosas en la costa que lo hicieron así de feliz. Y me enfureció porque siempre creí que ese podía ser mi lugar.

Estallé como un huracán que se dejaba consumir por la rabia.

Mis ojos estaban llenos de lágrimas amargas que no me dejaron ver mi camino, uno que yo conocía de memoria.

Ese tramo hacia la oficina de Dirk solo consiguió avivar mi dolor y volverme más impulsivo.

Golpeé la puerta con la misma furia con la que latía mi corazón y en pocos segundos los vi a ambos ahí dentro.

León me miró preocupado.

—¿Puedo hablar con el rey? —supliqué, y vi como la expresión del Marqués se endureció.

—Me retiraré al jardín —musitó antes de salir y dejarme entrar.

Caminé temblorosamente hacia él. Dirk me miraba con cautela, a pesar de la seriedad de su rostro.

—¿Qué ocurre, Daniel?

—Yo..., necesito confesarle lo que llevo dentro.

Él caminó hacia mí y me rodeó con sus brazos, y yo pude llorar tanto como lo necesitaba. Balbuceé mucho, cosas que ni yo sé que significaban.

—Shhh, Daniel. Estás muy asustado —me dijo—. ¿Quién te ha hecho esto?

—Usted, mi Señor —contesté con la altanería que nunca me permití con él. Nos separamos.

—¿Qué podría haber hecho para-?

—¿Es usted feliz, majestad? —pregunté con prisa.

—¿Si soy feliz?

—Este matrimonio con Julian..., ¿lo hace feliz?

Quizás él intuyó el sendero por el que iban mis palabras e intenciones, pero no demostró enfado alguno. Se relamió los labios y pensó por segundos una respuesta para mí.

TYRANTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora