Cuarenta y uno

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Dirk Bauer


Lo veía dormir, tan plácido y calmado, pero me aterraba el descontrol que pudiera apoderarse de su cuerpo una vez despertara.

Había escuchado de la locura que embargaba a los donceles y mujeres luego de perder un hijo. Yo no deseaba que mi esposo pasara por ese oscuro sendero. ¿Y si él no podía con el dolor y la tristeza?, ¿y si yo no podía ayudarlo?

No sabía cuál era la solución para une escenario semejante, pero podía darle todo mi apoyo y amor, mientras este fuera suficiente.

Sin embargo, yo requería mi propia forma de sanar. Siempre he sido un hombre cruel y desalmado, no me avergüenza ni he de cambiar, y por ello mismo, mi cura estaba en encontrar la venganza contra Jen Lehmann.

Mi ejército estaba casi listo para partir. Yo tenía puesto mi traje negro con armas cargadas y una espada en la cinturilla, solo aguardando a la llegada del mensajero. Esperaba que viniera con buenas noticias de la capital, aunque ello no impediría que yo me reuniera con el traidor.

Necesitaba hacerle pagar por mi propia mano su fechoría.

—¿Dirk? —la dulce y suave voz de Julian me trajo de regreso de mi letárgico estado donde admiraba las nubes oscuras sobre el cielo de Nocht desde la ventana de la recámara.

Mi reina se irguió haciendo muecas de dolor e incomodidad. Se acomodó entre los almohadones y soltó un suspiro al verme caminando en su dirección. Me senté en la cama y tomé sus manos tibias entre las mías.

—Debes quedarte en la cama —pedí, aunque el tono serio de mi voz delató mis pensamientos.

—¿A dónde vas? Llevas tu uniforme del ejército —murmuró con preocupación. Sus ojos helados pasaron por cada insignia en mi traje negro, deslizándose hasta la cinturilla donde los revólveres descansaban—. ¿Qué planeas?

Por una fracción de segundo dudé en confesarle la verdad. Lo que menos deseé en ese momento era atormentarlo con una batalla de la cual no sabía si lograría salir vivo. Aunque mantenerlo en la ignorancia lo alejaría del dolor por unas horas, incluso días; ¿y si moría a manos de Lehmann? Lo destrozaría. Cuando un soldado viniera a decírselo y a llevárselo del reino..., él...

Y no podía hacerle eso tampoco porque, recordé, frente al altar juré que él sería mi confidente y que estaríamos juntos en las buenas y en las malas.

Debía prevenirlo.

—Me encontraré con Jen —dije simple y parco.

—¿A qué te refieres?

—Lo he citado en las praderas lejanas para terminar con este juego.

Incluso mi piel se estremeció al decir en voz alta mi propósito. Julian pareció aterrado y comenzó a hiperventilar suavemente.

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