Veinte

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Julian Keller

Después del peculiar encuentro con el insufrible hermano de Dirk, la tarde fue un intento barbárico por escapar de su presencia. Fui llevado a recorrer la isla a caballo, admirando las flores de vivos colores rojizos que abundaban en las peñas. Y luego por los senderos escarpados de que rodeaban el castillo iluminado por farolas. Estuvimos vagando sobre el mismo caballo por horas, quizás, esperando que la cena se sirviera en el salón.

—Así que estaremos aquí un mes —murmuré.

El caballo se detuvo sobre una peña que nos permitía ver el maravilloso atardecer.

—Al menos, pero para entonces tu vientre habrá empezado a crecer y quizás debas quedarte un poco más.

—¿Y tú?

—Deberé regresar al final del mes. Tengo asuntos de los que encargarme.

—No puedes abandonarme aquí. Es precioso, pero me volveré loco si no encuentro a nadie a quien fastidiar.

Él sonrió, lo sentí contra mi oreja.

—Si te llevo de regreso a Crest, deberás ocultar tu embarazo hasta que podamos dar la noticia, y aún cuando eso pase, estoy seguro de que levantará sospechas.

—Seré cuidadoso, lo juro. Además, prometiste que me dejarías ayudarte a reinar.

—Por un terrible error de juicio, así es —suspiró pesadamente—. Creo que deberíamos volver ya.

—¿Deberé actuar como el lindo y devoto esposo?

—Ese papel en tu piel no convencería a nadie —se burló—, pero un poco de teatro no nos hará daño.

Al regresar a casa nos encontramos nuevamente con Robert ya sentado en la mesa de comer. El hombre era tan fastidioso como tétrico. Siempre llevaba una sonrisa en su rostro que ocultaba alguna macabra idea que me ponía los pelos de punta.

Nos sentamos, yo a la derecha de Dirk y con Robert a la izquierda.

La comida olía maravilloso. Camarones deliciosos bañados en una salsa amarilla, vegetales y una guarnición colorida. Nos sirvieron vino rojo, también, pero yo esperaba el postre. Había oído a la cocinera hablar de una tarta de fresas y moras bañadas en crema.

—Nunca creí que fueras un hombre para el matrimonio, hermano —señaló Robert con esa típica arrogancia suya.

—Tampoco yo, pero todo hombre necesita de alguien más en su vida. Y un rey, aún más.

—Siempre has sido muy..., independiente, como hombre y como rey —dijo, pero yo estaba seguro que quiso decir 'tirano', en realidad—. Y menos me esperé que desposaras al patito feo.

—No llames así a mi esposo.

—Oh, claro, ya no lo es más. Ese joven se transformó en un cisne —repuso con tono burlón.

TYRANTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora