24 - Marcus.

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— ¡Marcus! —Chillé.

Estaba encerrado en una jaula enorme, tirado en el suelo. Se encontraba en un estado lamentable, toda su ropa quemada y agujereada.

Hice que la cerradura de la celda se fundiese, para después, abrirla con una ráfaga de aire. Entré corriendo dentro a por Marcus, parecía ido, tenía los ojos cerrados. No había reaccionado a nada de lo acontecido. Comencé a zarandearlo para que me mirara, o para que al menos supiese que estaba allí.

Entonces, abrió los ojos y estaban totalmente negros. Me aparté de un salto, pero enseguida volví a su lado. Tenía la fuerza suficiente, o eso esperaba, para poder cargar con su cuerpo sumido en el trance.

Lo agarré de la cintura para poder levantarlo, una vez en pie, él podía andar por sí solo. Si tan solo se despertará del sueño en el que se encontraba nos podría transportar.

Deposité a Marcus contra el tronco de un árbol, lo cubrí con el follaje del bosque. A continuación fui en busca de Erixi, ella se había quedado atrás dando una distracción, mientras yo sacaba a Marcus.

Cuando llegué donde ella se encontraba, estaba rodeada de 3 hombres, cada uno con una espada al igual que ella, que portaba la suya en la mano derecha y en la izquierda una daga. La Diosa se los sacó de encima con una facilidad pasmosa. Corrí apresuradamente hacia ella.

—Diosa tenemos que irnos ya. —Erixi debió de ver la urgencia en mis ojos, aun que la duda aun persistía en los suyos. —Ya volveremos, no te quepa duda.

En ese momento renunció a su más anhelado deseo por ayudarme.

— ¿Por qué Ángel no está aquí? —Le pregunté extrañada de que ni él ni su endemoniada hija hubieran aparecido.

—No lo sé, pero es muy extraño que no estén. ¿Tienes a Marcus?

—Sí. —Contesté.

—Entonces por qué no os habéis ido como te dije... —Dijo ella con el ceño fruncido, enfadada.

—Se encuentra en una especie de trance, sus ojos están negros... —En cuanto dije aquello la cara de Erixi se quedo blanca de horror.

— ¡Llévame hasta él, deprisa Guardiana!

Nada mas decir aquellas palabras, eché a correr hacia donde lo había escondido. Al llegar allí, vi dos figuras que se interponían entre mi objetivo y yo. Dríane y Ángel.

—Hola madre. —Dijo con voz desdeñosa la primera.

—Nunca más seré madre tuya. —Gruño Erixi.

Una sonrisa sádica y cruel salió de los labios de Ángel. Se agachó junto al cuerpo de Marcus y con el dedo índice le toco en la frente. Al instante este comenzó a gritar desenfrenadamente.

Dentro de mí se dispararon las alarmas. Levanté mis brazos al viento y le lancé a Ángel una gran ráfaga de aire. Pero, para cuando me quise dar cuenta, se había transportado frente a mí.

— ¿Te pensabas que iba a ser tan fácil pequeña perra? —Dijo este en mi oído.

—Lárgate de aquí a no ser que quieras que te corte en pedazos. —Le contesto Erixi, parecía muy enfadada.

Entonces fue Dríane la que se arrodilló junto al cuerpo de Marcus. Pasó sus dedos por el torso de este y le clavo las uñas en los pectorales y fue bajándolas hasta el abdomen, dejándole un rastro de roja sangre que lagrimeaba de este sin parar. Observé como lo hería sin poder hacer nada.

Siempre que Ángel estaba cerca anulaba mi voluntad.

—Me pasaría todo el día así padre. –Dríane dijo aquello entre crueles carcajadas, mientras repetía el proceso una y otra vez. –Los inmortales son mi juguete preferido, mucho mejor que esos sosos humanos que se mueren con un ligero rasguño.

— ¿Y te sigues preguntando porque no te considero mi hija? —Preguntó la Diosa a la Maldita.

—Me da igual de quien seas hija, pero lo que no voy a consentir es que dañes a Marcus. —Gruñí aquello mirando a esa Maldita bastarda a los ojos.

—Ahora él es mío, mi juguete y puedo hacer con lo que es de mi propiedad lo que se me venga en gana. —Un brillo malicioso y nauseabundo se instaló en los ojos de Dríane.

— ¡Jamás!

Aquella palabra salió de mis labios sin darme cuenta. Estaba en un estado de furia muy superior en el que alguna vez ni siquiera me hubiese podido encontrar.

Debido a esta rabia, desplegué las alas al máximo. Todo mí alrededor se quedó sumido en las sombras, la única luz allí presente era la que provenía del resplandor de mis alas de fuego azul. Con ellas podía hacer mucho daño. A pesar de ello, Dríane se mofó de mí al verlas.

—Te piensas qué me voy a ir despavorida por unas alitas. —El bosque se hizo eco de sus carcajadas.

Mientras yo y la Maldita teníamos este enfrentamiento verbal, Ángel y Erixi tenían el suyo propio, hasta que la Diosa no pudo más y pasó a la acción con espada en mano.

No me iba a quedar atrás, así que desenvaine la espada y me lancé contra Dríane. Ella reacciono de inmediato. Saco su propia espada de la nada, y paró mi embestida. Los dos aceros chocaron y las chispas saltaron. Nos mirábamos a los ojos, porque esto no solo era un duelo de espadas sino también un duelo de miradas.

Jamás podría permitirme el lujo de perder, no era mi vida la que estaba en juego sino todo lo que me había llegado a importar.

— ¿Dónde está esa gran Guardiana del Bosque de la que todos hablan? Porque yo no la veo, solo veo a una chiquilla asustada. —Soltó Dríane entre ataque y contraataque.

—Sabes, estoy hasta de que todos aquí me subestiméis.

Cuando pronuncié esas palabras, hice arder mi espada, ahora era una especie de acero líquido azul. Este cayó a mi palma derecha, pero mientras hacía aquello, Dríane no perdió su oportunidad y me atacó. No obstante, antes de que su espada cayera sobre mí, levanté la mano izquierda y la paralicé con un fuerte viento que la impulsó hasta un tronco.

Debido al golpe le comenzó a bajar sangre por el lateral de su frente.

Levantó la mano y se la frotó por el resto de la cara dándole un aspecto aterrador. Me miró fijamente con una sonrisa espeluznante dibujada en sus labios. No olvidaba el acero caliente en mi mano, le di forma de collar y corrí hacia donde la Maldita se posicionaba, ella también corrió hacia mí.

Yo fui más rápida y la agarré del cuello, con la otra mano le coloqué el accesorio que acababa de crear con mis propias manos. Comenzó a gritar y a arañarse el cuello, parecía poseída, pero no podía quitárselo porque entonces las manos comenzarían a arderle al igual que el cuello.

La dejé atrás en cuanto me aseguré de que no se movería de allí. Fui corriendo a por Marcus. Yacía donde lo había dejado antes, todas las heridas sufridas por Dríane ya se habían curado y sus ojos volvían a ser normales.

— ¡Marcus! —Grité enferma de preocupación.

Me agaché a su lado, él comenzaba a despertar de su letargo, se veía confuso. ¿Y si no hubiera llegado a tiempo...? No quería ni pensarlo.

— ¿Dana...? —Cuestionó con voz débil en un susurro.

—Sí, soy yo Marcus. —No podía parar de acariciar su precioso rostro magullado.

— ¿Dónde estamos? —Preguntó desorientado.

—En el bosque, los Malditos te capturaron. Pero ya estas a salvo, solo falta que nos lleves a casa.

—Si... espera, ayúdame a levantarme. ¿A dónde? —Preguntó Marcus mientras lo ayudaba a incorporarse. — ¿Quieres ir a la casa del Bosque?

—Me parece una gran idea. —Respondí.

Me agarró de la cintura y nos fusionamos en un gran abrazo mientras nos desvanecíamos de allí. Se oían de fondo una pelea sangrienta y los gritos de una Maldita desesperada, pero a mi nada me importaba en ese instante. Solo que ya tenía lo que quería: a Marcus sano y salvo entre mis brazos.


La Última Guardiana. (Dioses Y Guardianas 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora