4- Inmortal

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En cuanto entré en el baño me quedé totalmente sorprendida, no se parecía a nada que hubiera imaginado en mi cabeza. Todo era nuevo y de último modelo. ¡Había una bañera de hidromasaje!

En mi vida no había podido permitirme semejantes lujos, dado que desde pequeña había pasado al sistema de adopciones y nunca fui acogida por ninguna familia. Me crié en un orfanato y allí jamás hubiese encontrado algo semejante. Más tarde, cuando ya vivía por mi cuenta, no podía haberme costeado estos placeres. Mi trabajo como camarera en un pequeño bar de pueblo no daba para más.

Comencé a desvestirme lo más rápido que pude y así meterme bajo la ducha que había en una esquina del baño, ésta era tremendamente enorme. Ya se me había olvidado el placer que era estar bajo el agua caliente, notar como ésta te destensa todos los músculos del cuerpo...

Cuando salí al fin, se había concentrado mucho vapor por todo el baño. Caminé hasta el tocador de la pared, en el cual había puesto la ropa que Marcus me dejó en el armario de mi habitación. Se me hacia raro imaginarme a ese hombre en la sección femenina mirando ropa interior, al pensarlo se me dibujo una sonrisa en los labios. Todo lo que había comprado de lencería, fueron conjuntos negros y distintos tonos de grises, opte por uno negro. La ropa se trataba de unos vaqueros cómodos y una camiseta de manga larga negra, por lo menos era ropa calentita y cómoda.

En cuanto terminé de arreglarme, me dirigí hacia la biblioteca. Tenía que volver a examinar con más detenimiento ese libro embrujado, no me he podido volver loca de repente, tiene que haber alguna explicación razonable a esa alucinación que tuve. Cuando entré me quedé estática en el sitio, no estaba vacía, sino que Marcus se hallaba en su interior...

—Eh... hola, venía a leer algún libro para pasar el rato... pero si estás tú... ya me marcho a mi habitación, para no molestarte.

—No Dana, no te preocupes. Pasa, ponte cómoda. ―Respondió.

—Vale... gracias. ―Dije incomoda ante su presencia.

Él se encontraba sentado en el escritorio, redactando algo. Fui hasta la estantería donde se encontraba el libro la última vez, mas éste había desaparecido. ¿Cómo puede desaparecer un libro? Y entonces me fijé en el que Marcus escribía, no podía ser, ese era el que iba buscando. No entendía nada, si estaba totalmente en blanco cuando lo abrí la última vez...

—Puedo preguntarte una cosa. ―Hablé.

Levantó la vista de su tarea y me prestó su atención a mí, pero con una mirada cautelosa en sus ojos a la par que curiosa.

—Si no hay más remedio... pregunta. —Respondió ladeando una mueca de sus labios que podría considerarse casi una sonrisa.

— ¿Qué es ese libro que tienes ahí? —Vi un destello de duda en sus ojos antes de responderme.

—Es mi... diario.

— ¿Tu diario? —Pregunté incrédula.

—Sí, eso he dicho. ¿Por qué lo quieres saber?

—Nada... solo que ayer cuando entré por accidente aquí... pues... vi el libro y estaba totalmente en blanco. ―Respondí escondiendo parte de lo ocurrido.

—Ah, eso. —Suspiró. —No es tan complicado, pero te vas a tener que sentar. Lo que te voy a contar ahora no solo es por este libro. ―Dijo levantándolo. ― Abarca muchas más cosas... que a partir de ahora formaran tu rutina diaria. Cosas que no te puedes llegar a creer si no abres tu mente.

Respiré hondo, tragué fuerte y me senté en el sofá como él me ordenó. Marcus se acomodó en el sillón. Le miré a esos ojos tan peculiares suyos, esperando por respuestas coherentes a mis dudas.

—Adelante, estoy preparada. —Aguanté la respiración impaciente.

—Esto no es fácil de decir... ¿Cuántos años crees que tengo?

— ¿Y esto para qué sirve? Mmm, ¿Unos 25? ―Respondí dubitativa.

—Tengo alrededor de 300 años.

— ¡Imposible! ―Grité mientras agarraba con fuerza la tela del sofá. ― ¡Tienes que estar de broma! —Jadeé repleta incredulidad.

— ¿De qué otra manera te podría haber protegido desde que eras un bebé?

Mi mente entró en un estado de shock, no podía tener alrededor de 300 años, era totalmente imposible, ilógico, fuera de las leyes humanas... a no ser que... ¡Oh, Dios!

— ¿Qué eres? —Cuestioné rígida en el asiento sin querer saber realmente la respuesta.

—Tardabas mucho en preguntar lo evidente. Soy un inmortal, un Maldito me convirtió en lo que soy. Sin embargo ya poseía poder latente en mi interior antes de que eso ocurriese.

— ¿Un Maldito? ―Pregunté poco familiarizada con el término.

Dios... Cada vez estaba más confusa y no sabía a qué atenerme. Un loco me tenía encerrada en su casa, que a saber donde estaba.

—Sí. Son personas que alguna vez en la vida han hecho algo imperdonable, que se han adentrado en la magia oscura o han sido crueles y tiranos con los demás humanos. Ellos son encadenados en el fondo del mar y condenados a ver como acaban muriendo todos sus seres queridos, sin poder hacer nada, solo contemplar cómo sus vidas se van apagando poco a poco.

Que destino más horrible... Prefería mil veces morir antes de convertirme en una Maldita.

— ¿Cómo te hizo inmortal? ¿Con magia oscura?

—Mediante la magia blanca. Yo ya poseía capacidades especiales en mi interior, él solo las amplificó. ―Repitió las palabras de antes.

— ¿Para qué te creo? ¿No se supone que tendrías que estar muerto por ser alguien al que él aprecia? ―Seguí con mi interrogatorio, no muy convencida de todo este cuento fantástico.

—Cuando me ayudó a ser inmortal no me conocía. No fui creado por él, solo ayudó a que mi poder latente surgiese y con un pequeño empujón de su magia fui capaz de convertirme en lo que soy.

― ¿Eres un brujo? ―Reí. ―Lo que acabas de explicar se parece bastante a como sonaría la descripción de uno.

―Podrías considerarlo así. ―Frunció el ceño, como si nunca se le hubiese ocurrido esa idea, como si fuese absurda. ―Solo soy un humano que en su interior poseía una pequeña porción de magia que ese Maldito supo reconocer y me ayudó a explorarla. Puede que en otra época se nos conociese con ese término...

—Está bien, digamos que por el momento me lo creo... —Dije no muy segura de ello. —Pero, ¿Lo del libro?

—No me gusta que fisguen en mis cosas y simplemente las tengo protegidas. ― Contestó irónico con otra mueca casi sonrisa.

—Ya. —Dije colorada al ser pillada.

Me recosté en el sofá ya que estaba comenzando a no sentirme muy bien, la cabeza me daba vueltas y el suelo de la sala no paraba de cambiar de ángulo.

— ¿Dana, te encuentras bien? —Preguntó Marcus con cara de preocupación.

—Sí, tan solo es un pequeño mareo, ahora se me pasa. —Respondí ya levantándome. —Bueno si me disculpas, me voy a la habitación.

Me incorporé para ir hacia donde había dicho, no obstante, en cuanto mis pies sostuvieron todo el peso de mi cuerpo, me fallaron las fuerzas y sentí como el suelo se acercaba cada vez más a mi rostro. Unos fuertes brazos me rodearon antes de que chocase contra él y lo siguiente que recuerdo es un gran vacío negro apoderándose de todo.

La Última Guardiana. (Dioses Y Guardianas 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora