15 - Venganza.

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Mi cuerpo ardía, el dolor que lo recorría era insoportable. Marcus me había dejado en su habitación en vez de la mía. Por lo menos aquí hay baño y no tenía que recorrer media casa. Me dirigí hacía allí, dispuesta a darme una ducha que me aliviara la intensa quemazón que mi cuerpo sufría.

Bajo los chorros de agua, comencé a sentir el alivio que estos me proporcionaban. Cada parte de mí se estaba destensando, pero seguía sintiendo el calor abrasador. Cada vez lo toleraba mas, era una parte de mí. Hasta era una sensación agradable...

Salí de la ducha, cogí una toalla acolchada blanca y me rodeé entera con ella. ¡Qué sensación tan fabulosa sentí en aquel momento!

Cuando llegué a la altura del espejo, grite, tan alto que me debió de haber escuchado todo el mundo a 100 kilómetros a la redonda. Marcus entró inmediatamente. Yo no paraba de mirar el espejo, más concretamente ese par de alas de fuego azul que tenía en la espalda.

La toalla con la que me había tapado estaba chamuscada por ellas. ¡Joder!

—Dana, escucha y cálmate un poco... —Comenzó él desde la puerta. A una distancia prudente.
— ¡¿Qué cojones es eso?! ¡Cómo me puedes decir que me calme, cuando tengo un par de alas súper...! ¡Dios!

Salí corriendo de la habitación hecha un manojo de nervios y sin darle la oportunidad de que me dijese nada más. Me faltaba la respiración. ¡Qué mierda hacia yo con unas alas de fuego! y azules nada más y nada menos. Tenía ganas de gritar a todo pulmón por la frustración de ya ni siquiera conocer mi propio cuerpo.

Vale, entiendo lo de tener poderes y tal... pero, ¿Alas de fuego azul? ¡Maldita sea mi extraña vida de mierda!

Podía sonar como una niñata, cualquiera se podría haber imaginado que descendiendo de una especie de hadas, o lo que sean, me podrían salir alas. No obstante, el impacto al verlas ha sido demasiado para mí.

Marcus estaba observándome muy quieto, sin saber muy bien como actuar.

—Quiero salir fuera. —Casi sonó a suplica.
— ¿Estás segura?
—Completamente. —Repliqué.
—Muy bien... pero primero quiero que te tranquilices y estés calmada. ¿Vale?

En el mismo momento en el que esas palabras brotaron de sus labios, me lancé contra Marcus y lo empujé con fuerza contra la pared. Un gran viento se formó en torno a mi persona. Le miré fijamente a los ojos, me encontraba a su altura, no tocaba el suelo con los pies, sino que estaba flotando.

— ¿Cómo te atreves a decir que me tranquilice? ¡Tengo unas putas alas de fuego!
—Dana, estas muy alterada. —Cerró los ojos, intentando mantener la calma por los dos. —Ni siquiera te has dado cuenta de que tu toalla se ha caído al suelo.

Efectivamente, nada rodeaba mi cuerpo y estaba más desnuda que el día que llegué al mundo. Bueno al menos con el resplandor de las alas no se me vería tanto. Un poco de humor nunca venía mal, ¿No?

Me agaché para recoger la toalla del suelo y volver a colocarla en su sitio. Me fui hasta la cama y ahí me senté sin tener cuidado de no quemar nada. Ya lo cambiará, que se fastidie.

Pobre Marcus, ahora que lo pensaba estaba pagando todo mi enfado y desconcierto contra él. No había casi ni abierto la boca y yo solo lo atacaba. Ahora me sentía mal.

—Lo siento, no te mereces esto. —Me disculpé.

—No te preocupes, Dana, lo entiendo.

Se sentó a mi lado en la cama, con cuidado de no rozar sin querer mis alas. Acarició mi mejilla con delicadeza y suspiró.

La Última Guardiana. (Dioses Y Guardianas 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora