Capítulo 4 | El despertar

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Adam atravesó la puerta principal de su escuela junto con su hermano, como solían hacer todas las mañanas. Luke le dedicó una mirada curiosa; todavía no se creía que había elegido regresar a clases en vez de quedarse en casa.

—¿Estás seguro que estás bien? —le preguntó—. Tal vez te golpeaste demasiado fuerte en la cabeza la otra noche.

—Sí, se me revolvió el cerebro y ahora me volví un súper nerd que adora la escuela, como tú —le devolvió su hermano, sonriente—. Vaya suerte la mía.

Sabiendo que no volverían a verse por el resto del día, ambos se despidieron y tomaron caminos separados. Luke se fue por la izquierda y Adam avanzó por el pasillo de la derecha para llegar al lado del secundario. Una larga fila de casilleros se extendía por una de las paredes, cada uno decorado y pintado de una forma única por su dueño. Los recorrió con la mirada hasta encontrar el suyo: una puerta azul marino con pequeños punteados celestes, como la página de un cómic, y una gran pegatina con su nombre.

Mientras guardaba los libros que no iba a usar hasta más tarde, una voz familiar a su espalda le hizo detenerse:

—¡Mira quién sobrevivió!

Se volteó y sonrió al ver a Eric y Terry caminando hacia él. Apenas los había reconocido en pleno día y con el uniforme escolar. En el aspecto físico, los dos primos no podían ser más diferentes: Eric era el más alto de los dos, tenía el rostro ovalado y la barbilla algo puntiaguda; su piel era blanquecina, con pequeñas manchas en sus mejillas; y su cabello era largo y lacio, escondido en un beanie de lana. Terry, por otro lado, era de piel más oscura, sin ninguna peca a la vista; su cara era redonda y su pelo, rizado y corto, estaba ajustado con un par de hebillas a ambos lados de la cabeza. Lo único que tenían en común era el color miel de sus ojos, iguales a los de su tía.

—Hola, ¿qué onda? —les saludó Adam—. Sí, por ahora sigo con vida. Salí hace poco del hospital, esta madrugada.

—Amigo, todos en la reunión estaban súper preocupados esa noche, ya sabes, por lo que había pasado —le contó Eric—. Nosotros habíamos escuchado algo, pero no le dimos mucha atención. Pero cuando volvimos con las baterías... cielos, fue una imagen de película de terror. Y mira que nosotros somos expertos en eso.

—La tía llamó a la ambulancia de inmediato, claro —continuó Terry—. Te podrás imaginar cómo estaba ella; apenas sí se podía contener. Por un momento pensamos que tendríamos que llamar a un doctor para ella también.

—¿Qué fue lo que te pasó exactamente?

«Ah, ya sabes, lo usual: me cayó una estrella encima que casi me mata», bromeó Adam en su mente, sin atreverse a decirlo en voz alta.

—Bueno, los doctores creen que fueron unos fuegos artificiales que se desviaron, así que les voy a creer. Después de todo, ellos son los profesionales.

—Seguro que fue una noche que no olvidarás jamás, ¿verdad? —comentó Terry.

—Vaya que no la voy a olvidar —se rio Adam—. Debería agradecerles a ustedes: si no me hubiesen encontrado entonces tal vez no estaría aquí ahora. Aunque me hubiese gustado haber pasado un poco más de tiempo.

—En ese caso tal vez podamos compensarlo —dijo Eric—: este domingo con Terry vamos a ir a ver una película y nos gustaría que vinieras con nosotros. Va a estar súper genial, te lo aseguro, y te prometemos que nada malo va a pasarte esta vez.

—En realidad no podemos prometerte nada —agregó su prima—, pero la intención está.

—Sí, suena genial —aceptó Adam con una sonrisa—. Bueno, ya tengo que entrar a clase, pero nos vemos en el receso, ¿verdad?

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora