Capítulo 7 | El chico de los brazaletes de neón

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—Bueno, esto fue una mala idea —suspiró Elliot McKenzie.

Como cualquier viernes por la noche, el Neon Vision estaba hasta el tope de gente. Ubicada en una zona más distanciada del centro, el lugar era una de las discotecas más visitadas de Reeves City.

El muchacho de dieciocho años rebuscó en su pantalón y sacó una barra de chocolate para darle una pequeña mordida. Sentado solo en unos sillones, con la música tan alta que apenas podía oír sus pensamientos y rodeado de gente que claramente la estaba pasando mejor que él, Elliot trató de recordar por qué se había convencido de ir por su cuenta.

Cuando levantó la vista y vio a un chico acercándose con un par de vasos entre las manos, se dibujó una sonrisa y lo recordó.

—Lamento haber tardado —se disculpó Danny, dándole una de las bebidas—, pero la fila era una locura; una chica casi me vomita encima...

Danny era dos años mayor que él: tenía el cabello rizado y castaño, sus ojos eran de un dulce color avellana y su rostro era fino con unas mejillas redondas que se enrojecían cada vez que sonreía. Elliot lo había conocido hacía casi un mes y, luego de decenas de conversaciones por teléfono, esa noche era su primera cita.

—Ya te estaba extrañando —bromeó Elliot, levantándose del sillón y dándole un rápido sorbo a su vaso—. Ven, vamos a bailar.

Lo tomó de la mano y fueron hasta la pista de baile, donde las luces negras hacían resaltar su ropa blanca y todo objeto de neón que tuvieran puesto: Elliot llevaba un par de brazaletes en ambas muchas, mientras que Danny tenía las mejillas pintadas con unas franjas púrpuras.

Elliot no podía evitar sentir una extraña euforia recorriendo su cuerpo mientras bailaba entre la multitud. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó hacia Danny para chocar sus labios contra los suyos. Este último se sorprendió al principio, pero no tardó en aceptarlo; acarició sus cabellos rubios y lo sujetó de la cintura.

Danny le sonrió cuando sus miradas se cruzaron.

—Así que, ¿quieres ir a un lugar más... privado?

Elliot agradeció que la discoteca estaba oscura, porque en ese momento su rostro estaba tan rojo como un tomate. Para su propia sorpresa, asintió bastante rápido; sus labios temblaban de la emoción como para hablar. No solo era la primera vez que estaba con Danny, sino que era su primera vez con cualquier otro chico, así que no podía evitar sentir un nudo en la garganta.

Terminó su bebida de un trago para calmar sus nervios y fueron hasta una zona del club donde no había nadie. Danny se recostó sobre un sillón, mientras que Elliot se le sentó en las piernas para abalanzarse sobre su boca.

Mientras los labios del muchacho recorrían su cuello, sintió una repentina bajada de energía; como una máquina a la que acababan de desenchufar: sus párpados se sentían pesados mientras todo a su alrededor daba vueltas; la música le taladraba los oídos y las luces negras lo cegaban. Agitó la cabeza, parpadeando un par de veces, como tratando de volver a la realidad.

—Oye, ¿sucede algo malo? —le preguntó Danny.

—No, no, es solo que... —intentó hablar, encontrándolo más difícil de lo esperado—. Solo me siento algo cansado, nada más.

Danny lo sujetó de la cadera para evitar que cayera de espaldas al suelo. Lo acomodó en el sillón, pasó el brazo por debajo del suyo y lo levantó con facilidad, recostando su cabeza sobre su hombro.

—Ven, vamos, te sacaré de aquí.

Aunque intentara objetar, Elliot no podía encontrar las palabras adecuadas. No entendía lo que pasaba: minutos atrás estaba perfecto, y ahora apenas podía ponerse de pie. «¿Acaso no puedo resistir un vaso?», pensó, de camino a la salida.

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora