Capítulo 21 | La bruja, el escape y la partida de bingo

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Con un látigo de fuego de sus manos, Richard derribó la enorme bolsa de arena que se balanceaba sobre el suelo, recibiendo aplausos de todos los prisioneros en la sala de recreación, que estaban siendo espectadores de su entrenamiento durante los últimos quince minutos.

Ya había pasado más de una semana desde que habían llegado a la prisión y ya estaban bastante familiarizados con el lugar, en especial el enorme gimnasio del salón recreativo. Más de una semana desde la visita de aquel energúmeno que llamaban «héroe» y al que había jurado destruir. Y ciertamente no se había olvidado de esa promesa.

Se arrojó hacia un grupo de muñecos de entrenamiento y lanzó una patada en el aire mientras corría, liberando una violenta llamarada tan roja como la sangre. El fuego impactó de forma directa en uno de ellos, carbonizando por completo su superficie de cuero. Dio una vuelta sobre sí mismo y apuntó su puño cerrado a un segundo muñeco: una bola llameante emergió de sus nudillos con tal intensidad que derribó a su oponente hasta arrojarlo al otro lado de la habitación.

Con el humo todavía recorriendo la piel de su mano, Richard recortó el aire con sus dedos y dibujó un rastro negro, apuntando a los muñecos restantes. Solo tuvo que chasquear los dedos para crear una chispa entre el humo y generar una explosión tan grande que los mandó a volar a todos.

Richard se encontró con la respiración agitada, los puños echando humo y rodeado de muñecos prendidos fuego. Un grupo de guardias, que vigilaban cada uno de sus movimientos de manera constante, sacaron unos extintores y apagaron cualquier rastro de llamas que pudiera haber en el gimnasio. Esa siempre era la señal que le indicaba que debía tomar un descanso.

Tomó asiento a un costado del gimnasio y se sumó a los espectadores, cuya atención ahora recayó en Elliot: el muchacho estaba rodeado de una decena de prisioneros que se habían ofrecido a ayudarlo con el entrenamiento; su única arma era un bastón de madera, pero Richard sabía que eso era todo lo que necesitaba.

El primer reo se le lanzó con una increíble velocidad, pero Elliot fue un poco más rápido y bloqueó el ataque con el bastón, apuntando directo hacia los tobillos. Mientras el hombre se desplomaba sobre el suelo, un segundo oponente se le apareció por detrás y rodeó los brazos alrededor de su cuello. Elliot puso ambos pies sobre el pecho de su atacante y lo hizo caer de espaldas. Se apresuró a ponerse de pie para enfrentarse a los otros cinco prisioneros que le venían por delante.

A diferencia de los anteriores, estos también tenían sus propios bastones, aunque no estaba del todo seguro si sabían usarlos. El primero blandió su arma en un intento de azotar su muslo, pero Elliot bloqueó el ataque como si fuera una espada; con un rápido movimiento de sus muñecas, entrelazó ambos bastones entre sí y se lo arrancó de las manos. El segundo oponente arremetió directo hacia su cara con demasiada lentitud, dándole el tiempo necesario para aferrarse a su arma y darle una patada en el pecho con su pie desnudo.

Marcus, sentado junto a Richard, se echó unas risas.

—Oye, el pequeño no lo hace nada mal —le comentó, con una sonrisa—. Tal vez deberías aprender un par de esos movimientos, ¿no te parece?

Richard soltó un bufido escéptico.

—Yo podría hacer todo sin problemas, solo que no quiero —dijo, mientras se limpiaba el sudor de la frente con una toalla—. Además, tengo mis poderes de fuego; no necesito aprender a dar unas vueltas mortales en el aire como el señor piruetas de allá.

Elliot clavó una de las puntas de su bastón sobre el suelo y, con la fuerza de sus brazos, se propulsó hacia arriba para evitar el golpe de otro de sus contrincantes. Mientras giraba en el aire, aprovechó para darle una pequeña patada en la nuca, lo suficientemente fuerte para derribarlo. Aterrizó sobre el piso con la gracia de una bailarina y giró el bastón entre sus dedos, listo para el próximo oponente.

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora