Capítulo 25 | Las cosas que encontramos entre las llamas

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Sentado sobre el balcón más alto del palacio, Adam jamás había sentido tanto vértigo en toda su vida.

Bajo sus pies, la ciudad parecía una maqueta de escuela, con edificios de cartón y personas tan pequeñas como hormigas. Por encima de su cabeza, los cúmulos de nubes estaban tan cerca que podían acariciar sus rizos hasta cubrirlos de una blanca escarcha. El viento gélido ondeaba su capa como una bandera y le entumecía las mejillas de un color rojizo; lo único que protegía sus ojos era el antifaz sobre su cara. El sol apenas se asomaba por el horizonte frente a él, brillando de un particular color melocotón.

«Incluso los amaneceres son rosas aquí», pensó con una sonrisa.

Sacó la grabadora que tenía guardada en el bolsillo y se la pegó al oído antes de reproducir uno de los casetes que tenía preparado: el viento soplaba con tal fuerza que apenas podía escuchar sus propios pensamientos.

—Adam, me alegra hablar contigo otra vez —exclamó Lysander, del otro lado de la grabación—. Te preguntaría cómo te está yendo, pero no creo que haga falta: todos aquí vimos la escena del autobús por las noticias; vaya, si es lo único de lo que parece hablar la gente. Artemis me ha contado que mañana será tu primer día como héroe oficial, así que déjame darte unas pequeñas palabras de ánimo. Si te conozco lo suficiente, estarás escuchando esta grabación desde el piso más alto del palacio, dispuesto a lanzarte al vacío como Lightman...

«¿Cómo hace para seguir adivinando?»

—Artemis City es un lugar enorme y desconocido, para nada como tu pequeña ciudad; es normal estar nervioso. Como tú, decenas de héroes han tenido miedo de tomar la iniciativa, de saltar al vacío. Pero eso es lo único que importa: dar el primer salto. Ya te has enfrentado al peligro antes, estoy seguro de que podrás con lo que sea. Te deseo suerte, y nos oímos luego.

Acabado el mensaje, sintió una nueva energía que nacía en su interior. Guardó la grabadora y se obligó a levantarse: a pesar de que las piernas le temblaban, logró ponerse de pie sobre el borde del balcón.

—Solo un salto, solo con un salto... —susurró—. ¡Vamos, solo hazlo!

Adam cerró los ojos para dejarse caer hacia el vacío y, por un instante, el mundo a su alrededor se había congelado: lo único que podía escuchar era el viento correr en sus oídos como una cascada y dándole de lleno en la cara. Ni siquiera podía sentir el calor de las llamas en sus pies, aun cuando sabía que flameaban a toda potencia. Se atrevió a abrir los ojos para darse cuenta de que ya no estaba cayendo.

Estaba volando.

El cuerpo de Adam se elevó como un misil hasta adentrarse en una esponjosa nube: el frío le erizó la piel, como si miles de delgadas agujas le hicieran cosquillas. Partió la nube al medio y se encontró en el punto más alto del cielo.

—¡Lo hice! —gritó entre risas, dando volteretas en el aire—. Lo hice...

Adam jamás había volado tan alto. Allí arriba, por encima de las nubes, parecía un mundo completamente distinto: el sol todavía no había alcanzado su brillo y el cielo estaba teñido de turquesa, con unos brochazos de rosa; un par de estrellas aún resplandecían en el firmamento, acompañando la pálida imagen de la luna.

Dejó que el fuego bajo sus pies se extinguiera y su cuerpo se desplomó con una velocidad casi violenta. Cuando se dio la vuelta para enfrentarse a la ciudad, se sintió como un asteroide a punto de golpear la tierra. Antes de que pudiera estrellarse contra el tráfico, encendió las llamas una vez más para deslizarse por entre los rascacielos.

Mientras sobrevolaba la metrópolis, podía escuchar las reacciones de la gente por debajo: algunos le apuntaban con el dedo, otros lo llamaban por el nombre entre gritos de euforia; algunos, incluso, alcanzaban a sacarle fotos en pleno vuelo. Adam les dedicó una sonrisa a cada uno de ellos. Aterrizó sobre la azotea de un edificio bastante alto y tomó asiento en el borde, dejando que sus pies colgaran sobre el vacío; las llamas le suponían bastante esfuerzo, además de hacerle sudar como nunca.

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora