Capítulo 10 | El héroe de Reeves City

115 2 0
                                    

—¡Tomen el dinero y salgan! ¡Ya!

La mujer detrás de la máscara le gritó al resto de sus compañeros, mientras le apuntaba con una pistola a la cajera y la obligaba a guardar grandes fajos de billetes en un maletín metálico.

El sol apenas había salido cuando el grupo de cinco enmascarados irrumpió en uno de los bancos del centro, armados hasta los dientes, y tomaron de rehenes a todos los que estaban en el edificio. En un momento de distracción, donde estaban buscando cómo abrir la caja fuerte, una de las cajeras había presionado la alarma y eso había sido suficiente para iniciar la balacera. Ahora, con los clientes y empleados en el suelo, comenzaron a guardar todo lo que podían a contrarreloj. Les quedaban pocos minutos y no iban a quedarse ahí cuando la policía llegara.

—¡Todo listo, jefa! —indicó uno de sus secuaces en la puerta principal, con uno de los maletines entre las manos—. ¡Suba al auto, rápido!

La mujer asintió con la cabeza y salió del banco. Pero antes de entrar al auto, sacó una lata de aerosol de la mochila que traía en la espalda y dibujó un enorme círculo color verde flúor con una «N» dentro. Los Neones eran uno de los grupos criminales más famosos de la ciudad. Se conformaba de terroristas relativamente jóvenes que seguían ideales diferentes a los del gobierno. Su único objetivo parecía ser crear el caos y dar un mensaje.

El Imperio aún estaba con vida.

La jefa de aquel pequeño escuadrón corrió a un viejo auto destartalado y corroído por el óxido, donde los cinco apenas cabían. Se colocó en el asiento del conductor y pisó el acelerador a fondo.

—La policía ya debe estar cerca —les advirtió, mirando por el espejo retrovisor—. Intentaré maniobrar para perderlos de vista, pero voy a necesitar que se preparen para disparar en cualquier momento, ¿ok?

Apretó el volante con sus guantes de cuero y lo giró con violencia, tratando de evadir los autos que tenía por delante, llevándose más de un insulto.

—¡Gina, ¿ves a la policía?! —preguntó a la chica en el asiento del copiloto.

—Todavía no, Vivian. Si seguimos así, tal vez los despistemos.

La jefa sonrió por lo bajo, pero la felicidad le duró poco: la calle por la que estaban pasando se volvió en extremo resbaladiza, y estaba perdiendo el control del auto.

—¡¿Qué está pasando?! —exclamó uno del asiento trasero.

—¡No lo sé, la calle está congelada! —intentó hablar, tratando de no desviarse del camino—. ¡Deja de mirar para adelante y presta atención si nos siguen, imbécil!

Un cúmulo de hielo comenzó a crecer frente a ellos, como violentas estalagmitas que bloquearon el camino.

—¡¿Pero qué...?! —gritó Vivian, virando el auto para evitar la colisión. El costado del vehículo terminó recibiendo todo el golpazo, agrietando la ventana del lado derecho—. ¡¿Ven algo, de dónde demonios salió eso?!

—¡Arriba, mira! —señaló otro de sus compañeros—. Un helicóptero.

—¡Mierda, mierda! —La jefa golpeó el volante, furiosa—. Estamos bloqueados, no tengo a dónde ir. ¿Es un helicóptero de la poli?

—No, no lo es —confirmó Gina—. Es el de las noticias.

—Genial —maldijo entre dientes—. ¡Rápido, tomen el dinero!

Los cinco salieron del auto, intentando no resbalar con la calle congelada. La jefa miró hacia todos lados, tratando de buscar un camino seguro para huir, pero la gente a su alrededor ya se estaba aglomerando y cerrándoles cualquier vía de escape. Las opciones se les estaban acabando; si no podían escapar de la manera fácil, iban a tener que enfundar sus armas y hacerlo de la manera difícil.

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora