Capítulo 9 | Relojes, trajes y gatos en árboles

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El reloj ya indicaba las doce de la noche en la cocina de la casa Basset cuando John y Susan, aprovechando que sus hijos estaban durmiendo, decidieron prepararse unas tazas de té y sentarse a discutir sobre el único tema que les carcomía la mente desde la mañana.

El incidente de Sunny Cones.

Claro que ninguno de los dos sabía que lo último que Adam pensaba hacer en ese momento era dormir. En silencio, y procurando avanzar en puntas de pie, se había levantado de su cama y había bajado las escaleras con cuidado. Ahora, estaba sentado detrás del barandal, escuchando cada palabra que sus padres tenían para decir.

—¡Oh, no, no, de ninguna manera! —exclamó John como un susurro—. No podemos dejar que lo haga, Susan, ¡es muy peligroso!

—Y no estoy diciendo que no lo sea —objetó Susan—. Escucha, no creas que toda esta situación no me preocupa, porque sí, de verdad me preocupa. Pero...

—¿Pero?

—John, no podemos seguir negando los hechos. Lo que le pasó a Adam es algo único, yo jamás... —Susan dudó por un momento—. Jamás había visto a alguien despertar sus poderes de esa forma. Tal vez esta sea una señal, no lo sé, un movimiento del destino: es hora de que los héroes regresen, de que vuelvan a ser los protectores que eran antes.

Adam no pudo verlo, pero Susan colocó su mano sobre la de John. El hombre dejó salir un suspiro melancólico y bajó la cabeza.

—Yo adoro a Adam y lo único que deseo es su felicidad. Me encantaría poder hacer realidad su sueño, de verdad, pero... tú sabes lo que pienso y cómo me hace sentir todo el asunto. No quiero que pase otra vez, Susan, no puedo permitirlo.

—Lo entiendo —se limitó a responder Susan—. Perder a los héroes nos hizo también perder cosas valiosas... personas a las que amábamos. Yo... no sé lo que estoy diciendo, es obvio que tienes razón. Supongo que...

Pero no pudo encontrar la voluntad suficiente como para terminar su frase. John se dibujó una pequeña sonrisa y Adam se sorprendió al escucharlo reír por lo bajo. Susan lo miró con extrañeza y le preguntó:

—¿Qué es tan gracioso?

—Nada, se siente raro ser la voz de la razón por primera vez.

Susan no pudo evitar reírse junto con su esposo. Pero sus risas fueron descendiendo poco a poco, volviéndose más apagadas. Se miraron con rostro afligido y mantuvieron un silencio absoluto. Adam se levantó de su asiento; ya había escuchado suficiente. Salió de su escondite y regresó a su cuarto.

Sentado al pie de su cama, contempló en silencio un póster de Lightman pegado en su pared. De todos los objetos coleccionables que existían, ese era el único que poseía: una imagen triunfal del héroe volando sobre los edificios con el puño levantado, mirando al cielo con una expresión estoica; la luz del sol a su espalda delineaba el contorno de su rostro.

Por tantos años había soñado ser como él, desde que tenía memoria: salir por la ventana con un traje puesto, volar sobre las nubes y rescatar a los inocentes; que todos clamaran su nombre y lo vitorearan en las calles. Así por primera vez sentiría que lo respetaban, que lo querían de verdad.

Y ahora, tenía esa oportunidad.

Bajó la cabeza y desvió la mirada del póster. No, era algo ridículo. Él sabía que sus padres nunca iban a permitir algo así; la conversación que había oído solo confirmó sus dudas. Si tan solo lo hubiesen visto actuar en la heladería, entonces estaba seguro que cambiarían de opinión. Solo necesitaban verlo...

El viento sopló por la ventana de su cuarto y varias hojas de su escritorio se deslizaron hasta caer sobre el suelo. Adam las fue recogiendo hasta toparse con el informe que Hallaway le había asignado a principios de la semana, y que todavía estaba en blanco. Los últimos días habían sido tan agitados que ya se había olvidado por completo del asunto.

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora