Siendo casi las doce y media de la tarde, Adam salió de su tercera ducha en el día, con todos los músculos de su cuerpo tensionados. Una vez que su madre había visto su potencial, y que no iba a rendirse hasta seguir practicando, decidieron seguir entrenando por el resto de la semana. Y vaya que estaba sintiendo las consecuencias. Además, la mujer no se había ablandado con las precauciones: por el contrario, cada vez que veía una pequeña flama, no dudaba en disparar a su hijo con el extintor. A él le parecía algo exagerado, pero poco podía quejarse cuando se trataba de su madre.
Se envolvió la toalla alrededor de la cintura y le dio un vistazo a su pecho desnudo en el espejo. Con cuidado, fue desenvolviendo la venda empapada para dejar su herida al descubierto: todavía le ardía un poco, pero por lo menos ahora tenía un color más pálido, en comparación al rojo sangre de antes. Se colocó unas vendas nuevas y se vistió para el largo día que tenía por delante.
El resto de su familia estaba descansando en la sala mientras miraban las noticias; incluso su gato Peanut estaba echado sobre el sofá, aunque eso ya era algo habitual en él. Adam le dio un rápido vistazo al televisor: un reportero de traje estaba en el centro de la ciudad, con una marcha de personas y carrozas a su espalda.
—Como pueden ver, las celebraciones en honor al Día de la Memoria ya están comenzando aquí, en Reeves City —anunció con tono formal—. Las carrozas se están acomodando para la ceremonia y, en cualquier momento, el palanquín del líder Ellis hará aparición. Sigan atentos para más noticias, minuto a minuto, en el canal ocho.
El Día de la Memoria era una de las pocas fechas históricas que Adam sí podía recordar. Cada veinte de septiembre, desde hacía ya doce años, todos se reunían en las ciudades más importantes del mundo para recordar y conmemorar la desaparición de los héroes. El líder de su estado, el señor Lysander Ellis, siempre elegía un lugar diferente para visitar y dar su siempre esperado discurso. Este año, Reeves City había sido la afortunada. Y si la aparición de un nuevo superhéroe no había sido suficiente para llamar la atención, esto último fue la guindilla sobre pastel que la coronó como el epicentro del estado, si no lo era ya del mundo entero.
Cuando su madre lo vio ya preparado para irse, se levantó del sofá para abrir un armario donde guardaban sus abrigos: rebuscó entre viejas bufandas y gorros de invierno hasta encontrar un pañuelo negro de seda, casi translúcido. Mientras envolvía el pañuelo alrededor del cuello de su hijo, le preguntó:
—¿Ya tienes todo preparado?
—Solo me faltan las flores —replicó Adam.
—¡Yo me encargo de eso! —exclamó John.
Se levantó de su asiento y fue directo a la cocina para traer un ramo de cuatro flores, ninguna igual a la anterior: una camelia roja, una amarilis, un crisantemo blanco y una rosa color carmesí oscuro. John ató los tallos con cierta delicadeza, usando un cordel de tela.
Adam dejó el ramo en la canasta de su bicicleta.
—No llegues muy tarde, recuerda que tienes tarea por terminar —le advirtió su madre—. Ten mucho cuidado cuando salgas e intenta no atravesar la zona del centro: ya sabes cómo se llena de gente cuando el líder Ellis está de visita.
—Estaré bien, no te preocupes —replicó con tranquilidad—. Nos vemos después.
Durante su camino por las calles de su barrio, se encontró a varias personas marchando con un aire algo solemne: algunos de ellos llevaban flores, otros velas encendidas, incluso a unos se los veía con peluches disfrazados de héroes que reconocía. Lo único que todos tenían en común era la expresión melancólica en sus rostros. Después de todo, no había mucho por qué sonreír en ese día.
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Adam Basset: el ascenso de un héroe
Science FictionLibro Uno de la saga Adam Basset. El mundo perdió a sus héroes. Más de diez años han pasado desde su desaparición. Cuando las fuerzas del mal regresan de entre las sombras para destruirlo todo, ¿quién será capaz de salvar el día una vez más? ...