Capítulo 19 | La propuesta de Artemis Rosewood

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—¡Deja de moverte tanto, niño!

Un miembro de los Neones lanzó un quejido furioso mientras intentaba darle un choque eléctrico al héroe con su picana. Adam retrocedió para evadir su ataque y le lanzó una bola de fuego directo en el pecho. Se dio la vuelta justo a tiempo para encargarse de los otros dos que tenía a su espalda: minutos antes había congelado sus pies al suelo para ganar un poco de tiempo, pero ahora se habían liberado y lo estaban rodeando.

Ya había pasado casi una semana desde el ataque de Vortex, y el mensaje que había transmitido a todos los televisores alteró un poco las cosas en la ciudad.

Un grupo de seis Neones decidieron hacer caso a sus palabras y se lanzaron hacia las fauces del peligro mientras aclamaban su nombre. Y la primera víctima que se les cruzó por el camino fue un pequeño mercado: entraron con picanas en mano, dispuestos a robar todo lo que no estuviera atornillado al piso, pero no esperaron toparse con el héroe en la salida, bloqueando su escape.

Ahora, entre medio de unas góndolas, el muchacho estaba acorralado por los últimos tres que aún quedaban en pie.

—¡Vamos, muéstranos lo que tienes! —le incitó uno de los miembros, que identificó como el jefe: usaba una máscara de hockey pintada, y traía dos picanas verdes que giraban en sus manos como si no pesaran nada.

Adam se hizo a un costado para evadir la estocada de una picana, pero no pudo evitar recibir un toque de la otra; la punta eléctrica no lo había alcanzado, pero el calor de su sable le ardió por encima del traje. Le dio un codazo en el mentón al jefe, haciéndolo caer contra una góndola del local.

Un segundo atacante, con una picana de doble punta, se lanzó por detrás suyo; el héroe alcanzó a voltearse para detener el sable con sus manos, lastimando sus palmas en el proceso. Con una patada en la entrepierna, le quitó el arma y la usó para interceptar a la última miembro del grupo: sus picanas chocaron entre sí, haciendo saltar las chispas.

La mujer retrocedió el paso para darle una estocada en sus tobillos; Adam sintió el ardiente calor del neón quemar su piel y lanzó un gemido de dolor mientras caía al suelo. Antes de que pudiera atacar de nuevo, dio una patada al aire: una bola de fuego salió de su pie, mandando a volar a su oponente.

Adam se levantó del suelo, algo adolorido, mientras acariciaba la quemadura en su tobillo. Nada que un poco de ungüento no ayudara, pensó. Dio un vistazo a su alrededor: todos los Neones estaban tendidos sobre el suelo, derrotados; la gente del supermercado, testigos de la pelea, comenzó a salir de sus escondites. Se asomó por el mostrador para encontrarse con un par de cajeros asustados.

—Ya pueden salir —les dijo para tranquilizarlos—. ¿Llamaron a la policía?

—Sí, están en camino —replicó uno de ellos—. Gracias por todo.

Adam les dedicó un saludo y se dispuso a retirarse, pero antes de que pudiera atravesar las puertas del supermercado, una voz a su espalda lo detuvo:

¡Frozt-fire!

«Esa voz», pensó, alarmado. «No, por favor, no».

Pero todos sus miedos se hicieron realidad cuando se dio la vuelta y se encontró a su compañero de curso, Matt Collins, el niño que siseaba cada palabra que salía de su boca. Y no estaba solo: todos sus amigos lo acompañaban, incluyendo aquella chica cuyo nombre jamás recordaba. Vaya, es que solo faltaba que apareciera la señora Krupke para que la escena fuera «perfecta».

El grupo de chicos estaba hablando entre sí, riendo por lo bajo, hasta que Matt finalmente fue a su encuentro. La mayor parte del tiempo, cuando estaban en clases, siempre lo veía con una actitud bastante creída, pero ahora estaba hecho un manojo de nervios; apenas podía mirarlo a los ojos, incluso.

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora