El último muñeco de entrenamiento que quedaba en pie se desplomó sobre el suelo, haciendo tal estrépito que el sonido rebotó por los techos del gimnasio; después de todo, estaba hecho de piedra maciza. Al igual que los otros diez, dispuestos en círculo alrededor del ring de pelea, tenía la forma de un hombre con los brazos cruzados sobre el pecho. Y en el centro del círculo, un acalorado Adam mantenía su postura de combate mientras una gota de sudor resbalaba por su frente.
—¡Excelente, de eso estaba hablando! —lo felicitó Penn desde su asiento. Echó un vistazo al cronómetro que traía en la mano—. Nada mal: cinco minutos con cuarenta y tres segundos. Creo que es un nuevo récord.
Con la respiración todavía agitada, Adam le dedicó una sonrisa.
Aquella mañana, como todos los lunes, le tocaban ejercicios de fuerza; por lejos, sus favoritos. Consistían básicamente en usar sus poderes para derribar muñecos de entrenamiento en el menor tiempo posible. Aquí no se usaban estrategias complejas ni piruetas muy extravagantes, solo dar rienda suelta a sus habilidades.
Y vaya si lo necesitaba con ganas.
Habían pasado un par de días desde su encuentro con Vortex, pero los recuerdos de aquella noche todavía rondaban por su cabeza. Se veía a sí mismo tendido en el suelo, malherido, mientras el villano lo observaba en silencio. Pudo haberlo matado, pensó, pero no lo hizo. Solo chasqueó sus dedos y la masa oscura que cubría su cuerpo se partió por la mitad, transformándose en unas enormes alas negras. Vortex alzó el vuelo y atravesó la cúpula. Incluso recordaba cómo tuvo que cubrirse con la capa para protegerse de la lluvia de cristal.
No solo se le había vuelto a escapar, sino que lo había dejado con más preguntas que respuestas. Y ahora, siempre que cerraba los ojos, su cerebro reproducía aquella grabación una y otra vez. «Vortex solo miente, es lo único que sabe hacer», se repetía a sí mismo. Pero entonces, ¿por qué no podía creérselo?
—Todavía nos queda algo de tiempo —dijo Penn, devolviéndolo a la realidad—, ¿te parece intentar un último ejercicio?
—Claro... —respondió Adam. Se aclaró la garganta y se aventuró a añadir—. Oye, una pregunta: ¿qué tanto recuerdas de los héroes?
—¿«Los héroes»? —Penn torció los labios, pensativo, mientras colocaba los muñecos de entrenamiento en su lugar—. Creo que tenía siete u ocho años cuando desaparecieron, así que no mucho. Aunque sí recuerdo una vez que mi mamá me llevó al palacio del señor Ellis y me encontré con un par; incluso creo que tengo una foto con Frostbite en algún lado de mi casa...
—¿Y los echas de menos?
—No lo sé, nunca me puse a pensar en ello. Supongo que echo de menos el símbolo que representaban. —Adam estaba a punto de hacerle otra pregunta, pero el guardián siguió hablando, esta vez con un tono mucho más enérgico—. Deja que te enseñe el ejercicio que tengo en mente.
Penn rebuscó en una mochila que trajo consigo y sacó un delgado cilindro metálico. Al pulsar un pequeño botón, este se extendió a ambos lados para transformarse en un báculo de casi dos metros. Para sorpresa de Adam, se sacó la camiseta para quedar con el torso al descubierto.
—Has estado practicando bastante con los muñecos —continuó, moviendo el báculo como una extensión de su cuerpo—, pero Vortex no es ningún muñeco, aunque tenga esa careta tan horrible. Creo que ya es hora de que entrenes con un oponente de carne y hueso, ¿no te parece?
Adam arqueó una ceja.
—¿Estás seguro?
—Soy un guardián de la corte de Lysander Ellis —le sonrió—, no tengas miedo de usar todo lo que tengas contra mí. —Cerró los puños alrededor del báculo y se puso en posición defensiva—. Anda, ataca... si te atreves.
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Adam Basset: el ascenso de un héroe
Science FictionLibro Uno de la saga Adam Basset. El mundo perdió a sus héroes. Más de diez años han pasado desde su desaparición. Cuando las fuerzas del mal regresan de entre las sombras para destruirlo todo, ¿quién será capaz de salvar el día una vez más? ...