Capítulo 29 | El escapista de la celda «354»

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Aquella mañana, por alguna razón, el desayuno de Richard le supo diferente. Era un tazón de avena con leche, como todos los días, pero algo había cambiado; tal vez era porque su sabor se había mezclado con el profundo enojo que estaba sintiendo ese día. Hundió la cuchara en la avena y se la llevó a la boca con ferocidad.

Marcus, sentado en la misma mesa, se echó a reír.

—Si sigues comiendo así, te vas a atragantar...

—Ojalá tuviera esa suerte —dijo, con la boca llena—, sería lo primero bueno que me pasaría en este maldito lugar.

El hombre se volteó hacia Elliot, quien estaba desayunando junto a su compañero de celda, y le hizo un gesto con la cabeza, como preguntándole «¿y ahora cuál es su problema?»

—No le hagas caso —le respondió, riéndose—, solo sigue molesto por la conversación que tuvo la otra semana con esa bruja del subsuelo.

Pero la palabra «molesto» no hacía justicia a lo que Richard sentía.

Ya se habían cumplido diez días desde su encuentro con Belladonna, y dieciocho días en total desde su llegada a la prisión. Casi un mes. Solo de pensarlo le hacía hervir la sangre. Porque si bien, para cualquier criminal, aquel sitio podría parecer el mejor de los paraísos, él tenía una opinión un tanto diferente: sentado en medio de la sala de recreación, rodeado de gente tejiendo brazaletes de colores, Richard no podía sentirse más en el infierno.

—Ah, la vieja Belladonna —hizo memoria Marcus—, sí, recuerdo muy bien la primera vez que oí hablar de ella; vaya si ha pasado sus años en este lugar. Aunque nunca conocí a alguien tan estúpido que se haya atrevido a visitarla en su celda. Dime —añadió, volviéndose a Richard—, ¿es cierto lo que dicen los rumores de que tiene poderes omnipresentes y lo sabe todo?

Richard soltó un bufido.

—Esa mujer no podría ver ni su propia sombra, mucho menos ser omnipresente. Lo único que puede ver es el pasado, algo que yo también podría hacer leyendo cualquier libro de historia. ¿Dime de qué demonios me sirve alguien con ese poder para escapar de aquí?

¿«Escapar»? —repitió, arqueando una ceja—. No sé si estás enterado, pero este lugar existe para que te ayuden a controlar esa rabia que te consume y puedas reincorporarte a la sociedad. Aunque siento que no estás avanzando mucho, ¿quieres hablar al respecto?

—¡No, no quiero hablar con nadie! —explotó el chico, lanzando la cuchara contra la mesa—. ¡Yo no tengo ningún maldito problema, no he hecho nada para merecer esto: en vez de estarle tejiendo suéteres a marsopas bebés o lo que sea, debería estar ahí afuera pateándole el culo a ese estúpido niño!

—Es muy temprano para que empieces a gritar, ¿no crees? —suspiró Elliot—. Además, nadie te obligó a venir: pudiste haberte quedado en la celda, desayunando a solas con tus sudokus.

Richard ni siquiera intentó contestarle, solo murmuró algo inentendible y continuó desayunando, con los humos más bajos.

—Elliot tiene razón —concordó Marcus—, enloquecer en medio del comedor no te ayudará a salir antes. Me imagino que no querrás terminar como los Neones...

—No me hables de ellos —le pidió, poniendo los ojos en blanco—, ya he tenido bastante con esa gente: en lugar de pensar un plan de fuga, decidieron escuchar a esa anciana y quedarse en sus celdas, esperando quién sabe qué...

—Cada día parecen más agresivos —comentó Elliot—, ¿cuál es su problema?

—He oído algunos rumores de fuera —respondió el hombre—, aunque no sé hasta qué punto son ciertos. Parece que este nuevo villano de turno, Vortex, está causando bastantes estragos y eso los está envalentonando; incluso escuché que el tipo le está dando una buena pelea a ese pequeño superhéroe suyo...

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora