Capítulo 28 | Artemis Rosewood, after hours

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Cuando Adam finalmente regresó a su habitación, luego de una larga noche, pensó que lo único que le quedaba por hacer era tirarse en su cama y dormir hasta que el despertador sonara por la mañana.

Si la velada en el teatro no había sido ya lo bastante agotadora, la salida tampoco fue nada fácil. Los paparazzi, a los que se le había prometido una entrevista con Frost-fire al finalizar la noche, desde luego no se habían olvidado de la promesa: una marea de cámaras y micrófonos los recibieron en la puerta, obligando al héroe a responder todo tipo de preguntas hasta llegar a la limusina.

Adam dejó su antifaz en la mesa de noche, se quitó el uniforme de héroe para ponerse su pijama y simplemente se arrojó al colchón, hundiendo la cara en las almohadas.

No sabía si había dormido un par de horas, o solo cinco minutos, cuando un fuerte estruendo lo despertó en medio de la oscuridad: un sonido metálico golpeando contra el suelo de mármol. Se asomó por el pasillo y oyó unos pasos en el piso inferior, pero nada parecido al sonido que lo había despertado.

Bajó las escaleras con cierta cautela e inspeccionó la planta baja, solo para descubrir que alguien había dejado encendidas las luces del comedor. Espió por la puerta semiabierta y dejó escapar un suspiro.

—¿Señorita Rosewood?

La líder se paseaba por el comedor con una copa de vino en una mano y una botella a medio terminar en la otra. Parecía recién levantada de la cama, porque llevaba un largo pijama de seda y una bata abierta por encima. Adam la notó un poco desorientada y extrañamente alegre, todo lo contrario a como la había visto un par de horas atrás.

—¡Adam, qué gusto verte! —exclamó ella, dedicándole una sonrisa medio perdida—. Cielos, espero no haberte despertado. Es que no podía dormir, así que bajé a tomar algo, una copa o dos... o quizá tres. A decir verdad, creo que perdí la cuenta...

—Tal vez ya es hora de que vuelva a la cama —sugirió el chico.

Viendo que le estaba costando caminar sin perder el equilibrio, Adam le ayudó a subir las escaleras hasta llegar a la antesala de su recámara, donde la líder se desplomó sobre uno de los sillones.

—Qué nochecita fue esta, ¿eh? —suspiró con cansancio.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Adam—. ¿Necesita algo más?

—Unos cigarrillos no me harían nada mal. Si me alcanzas la cajilla que está sobre ese mueble, te lo agradecería un montón.

El muchacho recogió la caja metálica sobre el vestidor y se la alcanzó a la líder, al mismo tiempo que tomaba asiento junto a ella. Artemis rebuscó entre la caja hasta encontrar un paquete de cigarrillos largos. Dejó salir una humareda por su boca y resopló con más alivio.

—Uno de los peores días de mi vida fue cuando descubrieron que fumar era perjudicial para la salud —comentó a modo de anécdota, observando la punta brillante de su cigarrillo—. Intento dejarlo cada vez que puedo, pero es algo a lo que siempre termino volviendo. Tampoco es que tenga mucho miedo a la muerte...

—Cielos, ¿cuántos años tiene usted exactamente? —preguntó Adam.

Artemis dejó salir una sincera carcajada.

—Te daré un pequeño consejo, querido: lo último que un adulto quiere oír en la vida es que alguien le pregunte su edad. Aunque, para serte sincera, creo que hasta yo he perdido la cuenta. —La mujer hizo el esfuerzo de estirarse para alcanzar un pequeño libro rosa sobre una mesilla de noche. Comenzó a hojear sus páginas mientras murmuraba para sí misma, intentando recordar dónde lo había anotado—. Mi cumpleaños es el veintitrés de abril, por cierto, si quieres sorprenderme con un regalo. En cuanto a tu pregunta, actualmente tengo... mil seiscientos treinta y dos años.

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora