Era bien sabido que, cuando se trataba del Día de la Memoria, cada uno de los cuatro estados tenían costumbres diferentes.
En el norte, donde el clima era más frío, tenían acostumbrado a construir enormes muñecos de los héroes desaparecidos, tan altos que algunos llegaban a los diez metros de altura; generalmente estaban hechos de madera, papel de engrudo y un poco de pintura para un mejor acabado. Cuando llegaba la noche, todos se reunían a su alrededor para prenderles fuego hasta que fueran cenizas. De esta manera, las llamas se llevaban todo el dolor y la tristeza.
Al oeste, más allá del océano, la gente del estado de Whitehead celebraba haciendo todo un espectáculo: colosales superproducciones al aire libre, donde relataban las valientes hazañas de un héroe, repletas de efectos especiales, juegos de luces y fuegos artificiales que inundaban el cielo nocturno. Cada año elegían a un héroe diferente, y en esta ocasión fue el turno de Frostbite.
En el sudoeste, su tradición era menos ostentosa: cuando caía el sol y las primeras estrellas comenzaban a brillar, la gente encendía unas lámparas de papel para luego dejarlas flotar en el cielo, creando un espectáculo de luces anaranjadas. Usualmente se pedía un deseo al lanzarlas, y en cada una de esas noches todos parecían desear lo mismo: que los héroes pudieran volver.
En el estado de Heyworth estaban acostumbrados a tener sus ceremonias en el día: enormes carrozas alegóricas con figuras de los héroes marchaban por las calles principales de sus ciudades para que la gente pudiera lanzar flores u otras ofrendas. Era un momento de respeto y duelo, pero también una oportunidad para traer de regreso la alegría que los héroes representaban.
Aquella mañana, cuando el líder Ellis salió por las puertas del tren, el viento sopló sobre su rostro y le agitó los cabellos castaños. Era un viento frío, gélido, que le erizaba la piel. En aquel momento no pudo sentir nada de esa alegría, sino unos escalofríos que le gritaban que algo iba a salir muy mal.
Lysander Ellis era un hombre alto y esbelto, que no aparentaba más de treinta años. Sus brillantes ojos verdes resaltaban como joyas en su rostro delgado, de mentón puntiagudo y nariz prominente. Ese día, como todos los días, vestía una camisa blanca hecha de seda, unos pantalones negros, unas botas de cuero que le llegaban a las rodillas, y una capa con hombreras color verde, de patrón ajedrezado, ajustada alrededor del cuello por un par de botones dorados. Un atuendo elegante y poderoso, digno de un hombre tan elegante y poderoso como lo era él.
Mientras caminaba por la estación de trenes de Reeves City, se acomodó el cabello corto y bien peinado que el viento le había desacomodado. No tuvo que avanzar mucho hasta encontrarse con un séquito de trajeados hombres y mujeres que aguardaban su llegada; la primera en recibirlo fue la alcaldesa de la ciudad, una señora de nombre Alice Oliver.
—Líder Ellis, vaya que si han pasado los años desde su última visita. Es un honor tenerlo de regreso en Reeves City, señor.
—El honor es todo mío —replicó Lysander con formalidad—. Siempre es un placer darle una visita a esta hermosa ciudad. —Tildó la cabeza hacia un costado para prestar atención al resto de los invitados—. Perdonen mi olvido, pero creo que aún no tuve el gusto de conocerlos, ¿no es así?
La alcaldesa los presentó uno por uno. Entre las veinte personas que estaban reunidas en la estación de tren, casi todos eran empresarios que controlaban gran parte de las industrias de la ciudad: gente de dinero y mucho poder, lo suficiente como para pavonearse junto con el líder durante la ceremonia. Era una obviedad que esa gente no encajaba para nada con el señor Ellis, y en el fondo, por sus miradas intranquilas y toses ocasionales, ellos también parecían darse cuenta.
Pero si había alguien que encajaba mucho menos que los demás, entonces eran los últimos invitados que faltaban por presentar.
El señor Trevino y su hijo estaban usando sus mejores ropas. El viejo traía un traje oscuro con delgadas rayas grises, unos lustrosos zapatos negros, varios anillos, y su siempre presente bastón de madera para compensar la cojera.
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Adam Basset: el ascenso de un héroe
Science-FictionLibro Uno de la saga Adam Basset. El mundo perdió a sus héroes. Más de diez años han pasado desde su desaparición. Cuando las fuerzas del mal regresan de entre las sombras para destruirlo todo, ¿quién será capaz de salvar el día una vez más? ...