Capítulo 35 | La fiesta de victoria

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Elliot supo que la batalla estaba más que perdida cuando vio que el guardián lo estaba acorralando contra la pared y que Richard, aún tendido sobre el suelo, no mostraba ninguna intención de levantarse. Sabía que estaba despierto, pero solo se limitaba a contemplar el techo mientras reía por lo bajo, susurrando cosas que no alcanzaba a oír.

«Finalmente perdió la cabeza», pensó.

Intentó planear su siguiente movimiento mientras evadía una estocada de la lanza: Vortex había encerrado a los demás guardianes del palacio en el piso superior, pero sabía que eso no le duraría mucho; los refuerzos no tardarían en aparecer para arrestarlos una vez más. Otra opción era salir en busca del enmascarado para escapar los tres juntos ‒o cuatro, si es que su estúpido plan le funcionaba‒, pero tampoco tenía idea de dónde se había metido.

«Por mí que se vaya al demonio».

Metió la mano en su cinturón y sus dedos rozaron contra un diminuto frasco de cristal con un líquido desconocido en su interior. Si aquello era lo que creía, entonces era justo lo que estaba necesitando. Recogió el frasco y lo hizo estrellar contra el suelo.

Una pared de humo blanco se levantó entre el guardián y él, inundando todo el pasillo. Elliot aprovechó el momento de distracción y salió corriendo hasta donde estaba Richard: su compañero puso un brazo alrededor de su cuello para mantenerse de pie mientras continuaba riéndose, como si tuviera un chiste interno consigo mismo.

—¡Alto! —gritó el guardián mientras los perseguía—. ¡Deténganse!

Doblaron en una esquina y se internaron en la misma habitación por la cual habían accedido en el palacio minutos atrás; un cuarto para huéspedes, según parecía. Abrieron la puerta del balcón y la tormenta les rugió en la cara.

Elliot se asomó por el vacío infinito que les esperaba abajo y tragó saliva. Tenía un plan en mente, pero no era ni de lejos uno de sus favoritos; ni siquiera sabía si iba a funcionar. Pulsó un botón de su báculo y dos cosas ocurrieron: unas hélices aparecieron en la punta superior y una pequeña plataforma de medio metro de diámetro se abrió en el otro extremo.

El guardián derribó la puerta con una patada, justo a tiempo para ver cómo los intrusos se arrojaban hacia las fauces de la tormenta. Antes de que pudiera asomarse por el balcón, ambos reaparecieron entre las nubes, volando hacia el cielo como un ave. Penn no se creía lo que veía: las hélices de báculo giraban como las de un helicóptero mientras ambos adolescentes estaban parados sobre la plataforma, aferrados a la barra metálica.

Elliot tampoco se lo creía: su plan había resultado y ahora se estaban alejando de las garras del guardián, quien no podía hacer nada más que ver cómo escapaban. La plataforma bajo sus pies era algo estrecha, así que ambos tenían que ir abrazados y con el rostro a pocos centímetros mientras la lluvia los empapaba. Aunque eso no parecía molestar a Richard, quien seguía riendo a carcajadas como un niño pequeño o alguien bastante ebrio.

—Oh, Elliot, ¿viste cómo hice huir a ese maldito niñato? —exclamó con una enorme sonrisa—. ¡Lo hice, finalmente le di su maldito merecido! ¡Por fin le demostré quién es el que manda aquí!

Elliot, sin embargo, estaba demasiado concentrado en conducir su pequeño vehículo improvisado como para compartir su alegría. La lluvia le nublaba la vista, pero estaba casi seguro de que se dirigían a la estación de trenes. Ese había sido el plan original de Vortex una vez acabada la misión: regresar a sus instalaciones en Artemis City, el lugar donde los había alojado desde su fuga de la prisión.

Desvió la mirada hacia uno de los balcones del palacio, cuya puerta estaba abierta de par en par: había sido por allí donde el enmascarado se infiltró para sorprender al líder y convencer a Frost-fire de que se uniera a su bando. «Una idea bastante estúpida». Aunque el salón del trono estaba a oscuras, todavía podía distinguir tres siluetas humanas; una de ellas estaba arrodillada frente a las otras dos.

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora