Capítulo 23 | El héroe de Artemis City

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Un agudo y repetitivo sonido hizo despertar a Adam de inmediato, dejándolo en un estado de confusión extrema: el sol ya se había ocultado hacía rato y la habitación estaba en penumbras, así que no entendía dónde estaba, quién era él, o qué era aquel incesante ruido que retumbaba en sus oídos. Tanteó sobre la mesa de noche para encender la lámpara y los recuerdos le vinieron a la cabeza en un instante: su nombre era Adam Basset, estaba a miles de kilómetros de su hogar, y el teléfono llevaba sonando por más de un minuto.

Aún algo aturdido por el sueño, atendió la llamada.

—¿Diga? —habló, con voz anginosa.

—Adam, hola, soy Winnie —replicó la chica, con una energía que el niño no parecía compartir—: solo quería informarte que la cena ya está lista. El comedor está bajando las escaleras, en la puerta que está a la derecha. Nos vemos pronto.

—Sí, nos vemos pronto...

Adam tomó asiento en la cama y se dio un par de bofetadas para reaccionar de una vez por todas. En ese momento, por primera vez, le cayeron todas las fichas: estaba a punto de tener su primera cena con la Artemis Rosewood. Fue corriendo hacia su equipaje para revisar la ropa que tenía, tratando de encontrar algo que le sirviera para un evento de tal calibre. Se decidió por una camisa blanca, unos jeans y un suéter color salmón; después de todo, el rosa siempre estaba de moda en aquel lado del continente, pensó.

Mientras deambulaba por los pasillos del palacio, en dirección al comedor, no podía evitar imaginarse cómo sería cenar con alguien tan extravagante como la líder Rosewood: tal vez habría otro número musical, con bailarines danzando sobre la mesa mientras cantaban sobre el menú; o incluso podía ver a la misma Artemis saliendo de un pastel gigante con bengalas en la cabeza.

Sin embargo, cuando llegó al comedor, no encontró nada parecido. Para sorpresa de nadie, la habitación era bastante grande y color de rosa: había una larga mesa de madera en el centro, cubierta con un delicado mantel blanco, junto con varias sillas forradas en cuero; por encima colgaba una araña con decenas de lámparas cálidas que le daban una luz más hogareña al comedor. Al fondo del cuarto había un arco doble que, por el intenso aroma a comida, supuso que llevaba a la cocina.

Parecía que había llegado temprano a un evento por primera vez en su vida, porque no había rastros de nadie. Antes de que pudiera tomar asiento para esperar al resto, Winnie apareció por la cocina, cargando unos platos y cubiertos.

—Perfecto, llegas justo a tiempo para ayudarme con la mesa —exclamó alegre, dándole la pila al muchacho—. Sabrás disculpar las tardanzas, pero no todos los días tenemos cenas como estas y estamos algo atrasadas.

Adam empezó a acomodar la mesa mientras la asistente encendía las velas de unos candelabros que coronaban el centro. Se extrañó al darse cuenta de que solo había cinco platos, a diferencia de las docenas de personas que estaba esperando.

—¿Cuántas personas van a venir? —preguntó con curiosidad.

—No muchos, como siempre: solo faltan el general Peterson y Penn; los llamé hace un rato, así que ya deben estar en camino.

—Ya estamos aquí, tranquila.

Una voz de tono divertido se escuchó a la espalda de Adam, una que el muchacho ya había escuchado antes. Se dio la vuelta para ver al joven guardián junto con el guardaespaldas: su traje oscuro había desaparecido y ahora traía un uniforme gris con hombreras amarillas y cuatro placas en su pecho de color rosa, naranja, verde y azul; los cuatro estados. Pero lo más sorprendente era que ya no tenía bigote.

—Mucho gusto de verte otra vez —le recibió el hombre, tomando asiento—. Supongo que no terminamos de presentarnos por completo esta mañana: soy Gerald Peterson, general de los cuatro ejércitos y actual encargado de la defensa y seguridad de los estados. Estoy seguro que ya has oído hablar de mí antes.

Adam Basset: el ascenso de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora