- 14 -

21 6 1
                                    


Diane, Diane, Diane –repite mi nombre.

No me hagas daño, por favor –clamo.

Cariño, el daño ya está hecho –pronuncia y toca mi hombro–. Eso tú ya debes saberlo –susurra a mi oído.

¡Aléjate! –pido.

¡Abre tus ojos! –ordena y yo cierro mis ojos con más fuerza.

¡No! ¡No!

Esto terminara cuando tú abras los ojos.

¡Déjenme en paz! –grito y todo se detiene.

Hiperventilando, abro mis ojos y las miradas aturdidas de Amelia, Marcus y Chester me estudian con preocupación.

– Todo está bien, Diane –Amelia me abraza–, solo era una pesadilla. Solo es era una pesadilla –repite para sosegarme y yo cierro mis ojos ante su abrazo.

– Lo siento, lo siento –repito sollozando.

– No tienes nada de que disculparte –agrega Marcus en voz baja.

– Solo te quedaste dormida, nadie tiene la culpa de ello. No te imaginas cuantas veces yo lo he hecho –añade Chester.

Les miro, y ambos me sonríen de boca cerrada. Amelia se aparta un poco de mí, me acomoda el cabello y yo seco mis lágrimas con mis manos.

– Como nueva –toca mis mejillas y me invita a levantarme.

Una vez en el pasillo:

– Insisto, ¿Por qué la biblioteca cuando existe el internet? –inquiere Chester.

– Déjalos ser tradicionales –Lewis se nos une.

– Gracias al cielo tú no eres tradicionalista –pasa su brazo por sus hombros y planta un beso en su cien izquierda–. Has notado que medimos lo mismo a pesar de que tú practicas baloncesto y yo no –agrega.

– ¿A penas te vas dando cuenta? –inquiere.

Carcajeamos y ellos siguen su camino, mientras Marcus y yo nos adentramos en la biblioteca.

– Creo que hoy no tenemos mucho que hacer. Porque mejor no vas a tu practica y luego yo te paso lo investigado.

– No, no –Marcus se quita el bolso–. Además, ayer yo no... –se corta–. Hagamos esto bien –sonríe mostrándome sus dientes.

– Bien, pero al menos permíteme acompañarles en el entrenamiento de hoy –propongo y a la misma vez no entiendo cómo fue que salieron tales palabras de mi boca.

– ¡Ahora si me diste ánimos para terminar! –exclama–. Por mi puedes acompañarnos siempre –abre su bolso y saca su libreta.

– Entonces... –me dispongo a hablar y él me interrumpe.

– Espérame aquí, yo voy por los libros –añade precipitadamente.

Una vez apilados los libros, iniciamos la investigación y al encontrar las respuestas le tomamos fotos con nuestros celulares, acción que nos toma como un cuarto de hora. Él devuelve los libros a su lugar y salimos de la biblioteca para aproximarnos al gimnasio cerrado.

– Con respecto a tu pesadilla –me mira de reojo.

– Siempre las tengo –confieso.

– ¿Ves a tu agresor?

– Le aprecio, pero su rostro no se ve con claridad.

– ¿Y siempre sueñas lo mismo? –abre la puerta y la sostiene para mí.

En Saturno también se Aprecia el SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora