- 11 -

18 5 0
                                    


– ¿Todavía? –inquiere Melina.

– Todavía –afirmo mientras busco hacerle una barrida con los pies.

– Bueno, no he podido ver a Chester en estos días –retrocede mientras yo avanzo.

– Creo que necesita hablar con alguien cercano –asiento y me dispongo a golpearla pero ella termina sosteniendo mi puño.

– Predecible –acota–. ¿Por qué esto te tiene tan mal? –inquiere–. Nunca te había visto tan preocupada y enfrascada en algo que no fuera sobre tu familia.

– De alguna u otra forma esto me afecta y en el fondo siento que me incumbe –confieso encogiéndome de hombros.

– Diane, no es tu culpa –suelta mi puño y lleva ambas manos a mis hombros–. Eso lo arruino mi sobrino, no tú.

– Pero...

Todo fue por acercarse a mí, por sentir interés en mí.

– ¡Pero nada! –me sacude ligeramente durante unos segundos.

– ¿Qué haces? –inquiero extrañada.

– Un exorcismo –emite divertida–. No, mentira. Solo quería sacudirte a ver si se te iba la preocupación.

– Gracias pero no funcionó –me aparto de ella.

– Bueno, para tranquilizarte un poco hoy pasare por su casa a verle. Espero quiera hablar porque si no me tocara sacarle información a la antigua.

– ¿A la antigua? –mis cejas se unen.

– Antes, cuando era solo un niño, le sacaba información entregándole golosinas pero creo que ahora tendré que llevar otra cosa.

– Sí, no creo que eso funcione.

Alrededor de nueves días después, pille a Chester mirando a Lewis mientras él estaba esperando para comprar su desayuno y este último se encontraba tomando agua del filtro.

– Le extraño –añado a su lado fingiendo ser la voz de su subconsciente.

– ¡Joder deja de asustarme, tía! –expresa sobresaltado.

– Mira no estamos en España –le recuerdo–. Y hasta donde no sé tú no eres español.

– Diane –pronuncia seriamente.

– Sé que no se nada al respecto, está bien –admito–. Sé que no es de mi incumbencia, pero no puedo saber que se extrañan y hacer como si no pasase nada.

– ¿Es que no lo entiendes? –inquiere–. Mientras este cerca de ti él no querrá saber nada de mí –avanza.

– Bueno explícale, explícate. Sincérate con él pero haz algo por favor.

– No te prometo nada, pero lo intentare.

– Dime que lo intentaras realmente –insisto.

– Vale, vale, lo intentare –afirma.

– ¿Desde hace cuánto le conoces? –inquiero.

– ¿A qué viene eso? ¿Tienes que preguntármelo acá? –me recuerda que hacemos la fila para comprar el desayuno.

– ¿Desde hace cuánto le conoces? –repito la pregunta.

– Desde que tengo memoria –confiesa.

– ¿Y se puede saber en qué parte de la historia entro yo y arruino todo a su paso? –inquiero.

– Diane, no es así... –intenta hablar pero le interrumpo.

En Saturno también se Aprecia el SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora